La ventriloquia se conocía desde tiempos muy antiguos. Puede el ventrílocuo emitir una voz muy diferente a la propia, sin casi abrir su boca, de forma tal que nos parece que esa voz proviene de muy lejos.

Todos conocemos la historia de Abraham;  narra cuando Jehová o Javé  -como usted prefiera llamarlo por respeto a su dogma, aunque los dogmas no respetan a nadie- le ordenó matar a su hijo como acto de prueba y de suprema obediencia; acto que –  que nadie se entere de ello – podríamos llamarlo 'de locura', al estilo de Guyana en Sur América, o de Waco en los Estados Unidos, donde religiosos proclamados elegidos por Dios para "salvar" al mundo , asesinaron a cientos de dogmatizados creyentes.

Y es que la mayoría de los predicadores cristianos son muy fanáticos, a excepción de curas católicos normales y racionales – porque los hay- que admiten de manera razonable las incongruencias entre el Dios del Antiguo y el del Nuevo Testamento, y hasta llegan a escuchar chistes de muy buenas ganas, aunque sea a costillas de algunos de sus cómicos Papas.

Pero volvamos a la ventriloquia; existe una versión muy curiosa sobre el caso de Abraham y de su hijo Isaac, quien bien sabía -al igual que su madre- que su querido padre escuchaba unas 'voces extrañas'.

(Y hago saber que esta original versión es un 'dogmámetro' que sirve para medir nuestro grado de tolerancia religiosa, cuando se nos manifiesta el 'pique' del dogma que nos habita y nos aplasta). Pero escuchemos por fin esta peculiar explicación que muchos dan por  única y verdadera:

Abraham, al recibir la 'orden divina de matar' a su hijo Isaac, lo llevó al monte y  ya , cuando con  puño en alto se disponía  a inmolarlo con  largo puñal, escuchó una voz misteriosa que le dijo:

¡Abraham, Abraham, perdónalo, no lo mates, ya sé que temes a Dios!

Perturbado y nervioso, Abraham soltó a su hijo, quien salió corriendo como camello espantado, directo hacia su casa.

Agitado, tembloroso y jadeante, abrazó a su madre y le dijo :

"Mamá, mamá, el viejo sigue con sus locuras, si yo no fuese un buen ventrílocuo papá me hubiera matado".

Obviamente, la voz que escuchó Abraham fue la de su ventrílocuo hijo, no la de Dios.

Lo cierto es que de aquella voz surgió toda una civilización, la que hoy llamamos judeo-cristiana, o judeo-vetrilocuo-cristiana, como a vuestro dogma le parezca mejor nombrar.