“Todo vale en Chile. Golpeen sus traseros, ¿ok?”

Richard Nixon a Henry Kissinger (1971)

Hace unos días los chilenos fuimos especialmente impactados por el fallo en primera instancia de un juez que, luego de años de investigar y comprobar que se trataba de un asesinato, condenó a los autores del magnicidio en 1981 de Eduardo Frei Montalva, presidente de Chile entre los años 1964 y 1970.

De la profunda tristeza y el horror de ver confirmado que fueron agentes del Estado los que cometieron el crimen y que la decisión de asesinar al ex presidente fue de la dictadura, la memoria me llevó a recordar que Frei estuvo liderando junto con Aylwin la oposición más inflexible y lejana al diálogo con el gobierno de Salvador Allende.  “Si me dieran a elegir entre una dictadura marxista y una dictadura de nuestros militares, yo elegiría la segunda” declaró a The Washington Post Patricio Aylwin el 26 de agosto de 1973, tan solo unos días antes del golpe de Estado. Sin duda eligió mal. El asesinato de Frei vuelve a confirmarlo.

Eduardo Frei y Patricio Aylwin (reconozco mi absoluta debilidad por la política comparada) estuvieron entre los sectores que no se la jugaron por el diálogo cuando la crisis política chilena terminó con la democracia. Incluso en noviembre del 73, cuando los asesinatos eran de público conocimiento, cuando la represión y el crimen no podían ser desconocidos para Frei -a quien Dios tenga en su Reino-, llegó incluso a defender y a justificar el Golpe en una carta dirigida a Mariano Rumor.  En estos términos justificativos se refirió a lo ocurrido antes y a lo que estaba ocurriendo:

“La inflación en cifras oficiales del gobierno llegó a 323 por ciento en los últimos doce meses, pero los Institutos Universitarios, teniendo en consideración que prácticamente el país vivía del mercado negro, estimaban que ésta superaba al 600 por ciento. El dólar en el mercado libre se transaba al término del gobierno de la Democracia Cristiana a 20 escudos por dólar. En el mes de agosto recién pasado llegaba a los 2.500 escudos por dólar, o sea, una devaluación de más o menos el 12.000 por ciento.”

“Todos los índices de productividad habían bajado: Industrialmente en más de un 7 por ciento; en la agricultura cerca del 23 por ciento y en la minería aproximadamente en un 30 por ciento. Rubros tan fundamentales como el trigo bajó su producción de 14 millones de quintales término medio en los seis años anteriores, a menos de 8 millones. Muchos institutos de investigación afirman que a menos de 6 millones. La quiebra era total.”

“Pero lo ocurrido después del 11 de septiembre es algo inverosímil para los chilenos. Fueron miles los que escucharon decir a la Radio de Moscú que habían muerto 700 mil personas, en dos días. Otros hablaban de 30.000 y que corrían ríos de sangre en Santiago. Para nosotros una sola vida humana no tiene precio. No decimos esto por disminuir la tragedia a que el país fue llevado, pero según nuestras informaciones, los muertos no llegarían a dos mil, lo que es bien diferente a tan burdas mentiras.”

Nada me gustaría más que darle la razón a Frei Montalva y que el conteo de los asesinados y desparecidos nunca hubiera alcanzado la cifra 2001 muertos.  Pero eso no fue lo que ocurrió.  Lo que finalmente ocurrió en Chile estuvo determinado por la búsqueda de salidas fuera de la política, por la apuesta a la guerra, según lo confirma, entre otros, el informe de la Comisión Church del Senado norteamericano que demuestra que fuimos beneficiarios de “la ayuda humanitaria” de los Estados Unidos.

República Dominicana también sabe que cuando 45.000 ejemplares de ayuda humanitaria desembarcan no es la democracia la que llega. Ahí están para la historia de la media isla los 12 años de ejercicio brutal del “padre de la democracia” que inmediatamente siguieron a la invasión del 65. Los chilenos sufrimos 17 años de dictadura y es difícil calcular cuántos años más durarán las consecuencias.

Sin lugar a dudas Maduro no es Allende, pero si leemos bien el relato de Frei Montalva que parcialmente he copiado para ustedes, es innegable que tiene un cruel parecido a los diagnósticos que se hacen hoy para Venezuela. Lo que hay que evitar es que el desenlace sea parecido.

Se hace necesario opinar lejos del fanatismo interesado que alimentan las grandes cadenas de noticias y por supuesto los intereses, esos que tan claramente nos explicó John Bolton, el ex jefe de la USAID y actual consejero de seguridad nacional de Donald Trump: “Haría una gran diferencia para los Estados Unidos, económicamente, si pudiéramos tener a las empresas petroleras estadounidenses invirtiendo y produciendo petróleo" (En Venezuela, claro).

Y sigan sumando: Pedro Sánchez –que exige elecciones sin haber llegado al cargo que ocupa mediante el sufragio de los españoles- se despacha que para España, Venezuela es “un problema de Estado”(sic). Mierda… y uno que creía que desde la independencia de las colonias americanas ese tipo de afirmaciones no podía ser hecho. Claro que no contábamos con la aparición de un socialista designado CEO de empresas españolas como el Banco Santander o la Telefónica. Con esos ejemplos anotados, se puede concluir que los  intereses en juego no tienen que ver con la democracia, el pecado mayor se llama PDVSA, sin importar como funciona, el mundo neoliberal no puede aceptar en el país con las más grandes reservas petroleras una empresa que lo explote y que sea de propiedad estatal. Y si bien son indiscutibles las responsabilidades en la crisis del gobierno encabezado por Maduro, ninguno de los que intentan derrocarlo tienen ni derechos, ni hoja de vida.

La profunda crisis por la que atraviesa Venezuela no va a resolverse si no se hace desde una mirada menos exaltada. Multipliquen por dos el desastre económico de Chile que tan minuciosamente describía Frei Montalva y el que hace la oposición venezolana y tendrán mejores razones para buscar soluciones políticas. En mi limitado conocimiento de las dictaduras, no me cuadra que aparezca un señor que se proclama presidente ante una muchedumbre y que unos metros más allá esté reunida una muchedumbre parecida, pero que apoya al gobierno.

Y si aterrizamos más cerca: ¿Puede un legislador dominicano que haya votado favorablemente la ley de partidos cuestionar el sistema electoral venezolano? No, no debe.  Y si tuviera algo de pudor no puede: con la ley 33-18 el partido que eligió a Guaidó, nunca habría podido elegirlo, pues ese partido concurrió aliado a la primera elección en la que participaba. Y hay más: Guaidó fue electo con las mismas instituciones y por las mismas autoridades electorales que ejercieron cuando la elección de Maduro.   Por eso me atrevo a compartir con ustedes lo que anoté en mi artículo titulado “Venezuela ¡No!” en abril de 2013: “hemos visto la verdadera cara de quienes defienden las elecciones solamente cuando las ganan. Cuando pierden o no gana alguno de sus socios, cómo matan.  Sí, ¡¡Cómo matan!!”.

El mundo progresista y la izquierda que queda tiene en esta crisis una gran responsabilidad. Encuentros como el “Foro de San Pablo” no pueden repetir cheques en blanco que tienen consecuencias terribles para las luchas por la justicia y la paz. Hay que dejar el balcón de las diatribas, reconocer los problemas, no ocultar a los responsables y transformarse en actores de la solución de la crisis. Cualquier otro camino lleva a una solución de fuerza cuyo desenlace es desconocido. Eso sí, los muertos van a quedar frente a nosotros como consecuencia de lo que no hicimos.

En Chile, Patricio Aylwin confesó haberse equivocado después de muchos años. Si no lo hubieran asesinado, Eduardo Frei posiblemente también lo hubiera confesado. Ese es el destino de quienes ponen tantos argumentos para negar la posibilidad del diálogo, sin darse cuenta que cada uno de esos argumentos son la mejor razón para defenderlo como la única posibilidad de salida democrática.

Los irresponsables que con tanta autoridad pontifican acerca de la falta de democracia en Venezuela y cierran un ojo para no ver la masacre colombiana (que es violatoria de los Derechos Humanos) o los fraudes electorales en Centro América (Honduras) o los asesinatos de periodistas en México (donde no los persiguen, los matan) deben ver con algo más de perspectiva la crisis venezolana y renunciar al gustito, bastante improbable, de derrocar a Maduro y provocar un desastre del que no se harán responsables: quienes favorecen la división de las Fuerzas Armadas venezolanas ensayan el camino corto para una guerra civil, los abogados cobrarán y se irán, los periodistas olvidarán lo que escribieron y los políticos negarán lo que hicieron.

El Papa Francisco y el Secretario General de las Naciones Unidas han manifestado su disposición a mediar con la sola condición de que lo soliciten las dos partes. En Montevideo varios países entre los que está México, Uruguay, Bolivia y algunos europeos buscarán formas de colaborar en los esfuerzos necesarios para evitar que, como los chilenos de fines de agosto de 1973, los venezolanos tengan que leer en la portada de un periódico el aviso de lo que viene: “Tiene la palabra el camarada máuser”.