Vamos en picada. Esta campaña electoral lo demuestra. Las trifulcas con muertos en las convenciones del PLD, los pactos desvergonzados, el asesinato del ex rector Mateo Aquino Febrillet, las innumerables personas ligadas a tráficos de toda índole que se presentan como candidatos por los partidos llamados mayoritarios, a todo lo largo y ancho del país; en fin, el gangsterismo político junto a la extensión de la corrupción bajo sus formas más diversas son señales inequívocas del rápido deterioro político-institucional del país.
La República Dominicana de 2016 es, en parte, el producto de la ceguera de nuestras élites intelectuales y empresariales. De seguir por el camino que estas han venido recorriendo corren el riesgo de ser tragadas por nuevos grupos “empresariales” y “políticos” que se han venido construyendo rápidamente sobre fortunas adquiridas en base al trafico, la corrupción y la evasión de impuestos.
Doblegados frente al poder económico hemos creado nuevas generaciones de consumistas y no de ciudadanos. Hemos aceptado la emergencia de un pueblo alienado, apenas instruido, que no conoce sus derechos y sus deberes y que quiere a como dé lugar y a cualquier precio los bienes de la sociedad de consumo que se exhiben frente a sus ojos. Este pueblo con escasos referentes positivos quiere la realización inmediata de sus aspiraciones y es el vivero del cual se nutren el populismo y el clientelismo de nuestros partidos políticos.
Siguiendo por la vía de deterioro creciente por la que transitamos pagaremos un muy alto precio. Todo ello, gracias a la falta de visión de esas élites que se unieron en torno al 4% para la educación pero se detuvieron ahí y no le exigen a nuestros gobernantes la priorización de la salud, viviendas dignas, saneamiento ambiental y el establecimiento de un verdadero sistema de seguridad ciudadana.
Seguimos en la misma onda, apoyando siempre la ley de lo menos malo para los más ricos y no la ley de lo mejor para las grandes mayorías. Ya algunas voces de signo empresarial se están refiriendo a lo nefasta que sería una segunda vuelta para la economía del país. Prefieren que siga el gobierno actual sin pensar en la crisis de gobernabilidad a la que abocaría el país de seguir la cosas como van.
Vamos en picada. Hasta los partidos minoritarios sostienen posiciones ambiguas sobre temas que prefieren no poner en la palestra dando riendas sueltas a la situación de deterioro actual, caldo de cultivo para la ampliación y el afianzamiento en el país de la homofobia, el desprecio por los derechos, los feminicidios, los fundamentalismos y el patriotismo rancio que surgen frente al miedo a lo desconocido.
Todo indica que, al seguir mirando para otro lado, nuestras élites (¿acaso lo son, realmente?), están contribuyendo –por omisión imperdonable- al deterioro progresivo que nos envuelve. No quieren entender que abrazar una real política de derechos humanos, una cultura de paz y de diálogo, tanto de parte del empresariado como del Estado tendrá un retorno positivo. Se necesita una nueva mirada que no podemos cansar de exigir: requerimos más educación, más capacidades, más salud, mejores salarios, más seguridad jurídica, que al final se revertirán en estabilidad y bienestar para todos y todas.