La sociedad dominicana, en incontables oportunidades, ha sido calificada de lenta y de estar gobernada por la filosofía de la sospecha. Este último calificativo adquiere acento especial, por la herencia de la década trujillista. En este período, reinaba el sistema de la calumnia y de la filtración de informaciones, fuera de contexto. Era un sistema, para denostar a personas y a instituciones contrarias al régimen establecido. No podemos olvidar que estamos ante una sociedad que ha sufrido mucho, aunque también sabe lo que significa el disfrute de la vida. Es una sociedad que, en ocasiones, ha sabido mantenerse dormida, dando la impresión de que nada le importa, de que nada la turba.
Nuestra sociedad, también, ha sabido levantarse con espíritu aguerrido; y, para situar el carácter de este espíritu, recordemos la Independencia Nacional, la Restauración de la República y la Revolución de Abril de 1965. Recordemos, además, la revolución cotidiana de un pueblo que trabaja arduamente para sobrevivir, para no dejarse morir ingenuamente. Todo esto nos demuestra que estamos frente a una sociedad movilizada por la fuerza de la resiliencia. Tenemos que admitir que en la sociedad dominicana, la resiliencia como fuerza, en determinados momentos históricos, parece menguada o se muestra burbujeante. Esto indica que este tipo de fuerza requiere retroalimentación sistemática. Precisa de un foco que la mantenga activa y en la dirección que hace avanzar. Esa es la determinación prioritaria en esta época de la vida dominicana.
Estamos frente a una sociedad despierta. Sí, una sociedad que está abriendo los ojos y mirando con más transparencia. Es una mirada múltiple, no se reduce a su entorno inmediato; y, por ello, se mantiene más despierta que ayer, más despierta que hoy mismo. Una sociedad despierta es difícil de inmovilizar. Es más difícil callarla aunque se empleen las portadas de la posverdad; aunque se saturen las redes sociales de logros mesiánicos y aunque intenten enloquecerla con obras inconclusas, con edificaciones huecas o con la cosmética educativa. Una sociedad despierta se convierte en una experiencia de aprendizaje permanente de la cual brotan señales transformadoras.
En este marco, las señales más relevantes de una sociedad despierta se identifican con el rechazo de la corrupción en todos sus ámbitos: doméstica, institucional y social; con el seguimiento crítico a las políticas públicas que operan como privadas y a los funcionarios que convierten el servicio público en un servicio personal y familiar. Otra señal importante de una sociedad despierta es que se opone firmemente al pensamiento único y a la cultura de la mordaza. La sociedad dominicana ha despertado y no dormirá más de lo necesario hasta erradicar la impunidad y el continuismo en el poder. Agradezcamos esta fuerte determinación que han tomado amplios sectores de la sociedad: cuidar y fortalecer el derecho personal y social a la expresión libre y responsable; el derecho a la búsqueda de la verdad, para transparentar la gestión pública y privada; la gestión personal y social. El valor de una sociedad despierta es inestimable porque nada la asusta. Nadie la amedrenta y, sobre todo, nadie la silencia cuando es necesario enfrentar un poder político-económico organizado para satisfacer sus intereses. Desde el campo de la educación hemos de contribuir para que la sociedad se mantenga despierta. Hay diversos lineamientos en la Ley General de Educación 66-97 y en el currículo que promueven y propician el desarrollo de una sociedad participativa y libre. Impulsar estos valores favorece que la sociedad se mantenga despierta. Además, posibilita el desarrollo de todos sin exclusiones. Asimismo, reduce la incidencia de las minorías que funcionan y viven por encima del bien y del mal. ¡República Dominicana, que nada ni nadie te adormezca, mantente despierta y actúa!