Desde que estaba en el vientre de mi madre oigo las socorridas frases: Aquí vale todo; todo pasa y nada. Son tan resonantes y expansivas las referidas frases que las escuchamos en jóvenes universitarios de maestría y en prestantes comunicadores sociales que me merecen todo el respeto y admiración; incluso, personas impugnadoras de este statu quo de exclusión y de miseria.
Entender y explicar la realidad no significa asumirla, y sucede que al esbozar las frases de manera recurrente, permanente, estamos creando al mismo tiempo creencias limitadoras; estamos produciendo, sin quererlo, en el imaginario de los ciudadanos, una especie de parálisis paradigmática; estamos produciendo una construcción de pigmaleones negativos. Las creencias falsas crean realidades verdaderas. El pigmaleón crea expectativas y son estas expectativas, ciertas o falsas, que engloban las percepciones y estas percepciones nos llevan a la acción, a la decisión.
Damos algo por cierto, como si fuera fisiológico, biológico, natural y no algo cultural, social, merced a un proceso de construcción ideológico que las elites económicas, políticas, religiosas y sociales han inoculado en el tejido social del cuerpo de la sociedad dominicana. No. Todo lo cultural–social puede y debe sufrir una mudanza social; sobre todo, cuando las frases nos anclan al pasado, a una tradición, que no nos permite ver el horizonte en una perspectiva proactiva, frente a una sociedad que se complejiza cada día más.
En medio de tres tipos de sociedad que concurren simultáneamente en nuestra formación social, las frases: vale todo, todo pasa, esto es monte y culebra constituyen estelas del conchoprimismo que al fragor de los cambios económicos y sociales de los últimos 40 años no deberían existir. Ellas adormecen a la sociedad y por ende, a los ciudadanos, porque creamos en la mente de cada uno de ellos, la perennidad que no es más que el fruto de la debilidad institucional que se refleja, por vía de consecuencia, en lo cultural y social. Son anclas de la sociedad más atrasada.
Las creencias limitadoras nos fosilizan, nos petrifican, nos anestesian e impiden ver el bosque en toda su dimensión; todo lo cual encadena la movilización porque creemos que somos incapaces de lograr lo que queremos. Las creencias limitadoras nos dañan; de la misma manera que las creencias empoderantes coadyuvan al logro de los objetivos que emprendemos. Las creencias “son el vehículo que construimos para subir hacia la cima. Son ideas que asumimos como realidad y terminan normando nuestra vida”.
¿Qué ocurre con las creencias? Que las internalizamos y se convierten en el modus operandi de nuestra existencia. Las vemos como verdades, que en gran medida nos producen ceguera para no objetivizar los cambios amplios y sutiles que se van bosquejando y emergiendo en la sociedad. Nos bloquean y nos debilitan para romper con las fuerzas restrictivas que las crean.
¡Sí, podemos cambiar y debemos de cambiar! Comenzando por entender que la clase política y una parte significativa de los actores estratégicos (poderes fácticos) se han apolillado y es esa conjugación de intereses, en una mutación-adaptación, que le genera un confort que al mismo tiempo produce esta enorme asimetría económico-social que nos abate.
Lo que tenemos que ver es que en la sociedad dominicana en los últimos 40 años los modelos económicos han cambiado, el grado de desarrollo material es significativo. En cambio, el cuadro político institucional, en la praxis, permanece impertérrito. Hay si se quiere una crisis de la política cimentado en la crisis del Sistema de Partidos, cuya génesis se viene incubando desde el 2007. Eso hace que la política y el sistema político estén cuasi eclipsados ante la demanda de la sociedad. Sencillamente, están rezagados, atrás de la sociedad. No se actualizan frente a una ciudadanía que comienza a despertar a circunstancias diversas.
El entramado político institucional, a pesar de la Reforma Constitucional del 2010 más todas las leyes que se evacuaron desde el 1997, no lograron crear ni han podido generar una nueva mirada de la política y de hacer política. Los actores principales de la elite política de los últimos 19 años no han querido hacer usos nuevos que dejen atrás viejos abusos en la forma de hacer política.
Muy por el contrario, nunca como antes, la política se había constituido en el vehículo más expedito para la riqueza y el ascenso en la movilidad social. Si el Dr. Balaguer reconoció que la corrupción se detenía en la puerta de su despacho, no creo que los incumbentes que le sucedieron en la silla presidencial puedan decir lo mismo.
El eje central de la política en la democracia y para que no exista fractura, es tratar de articular, conciliar y reconciliar siempre economía y sociedad; para que todo el cuerpo exprese su crecimiento de manera armónica, que genere calidad y bienestar. Para ello, tenemos que dejar atrás esas frases limitadoras que nos anulan como agentes de cambio. ¡Seamos pigmaleones positivos, creando creencias empoderadoras, que alienten al cambio y la conducta, porque un mejor país es posible!