A casi diez meses de que se haya aplicado la primera vacuna no experimental contra la COVID quedan miles de millones de personas que no han sido inoculadas por razones administrativas o ideológicas.  Ambos casos son frustrantes, el primero porque después de haber perdido tiempo y dinero a escala global, de haber vivido un aumento de la violencia familiar, un descenso de la escolaridad de los estudiantes, una contracción económica mayúscula y un aumento inimaginable de los precios de los fletes de transporte, es inconcebible que no seamos eficaces en reducir al mínimo los estragos de esta catástrofe.  Del mismo modo es frustrante encontrar la barrera no en la capacidad administrativa de la humanidad, sino en la voluntad de los que no quieren recibirla.

Este articulo esta escrito para esas personas.

Lo primero es considerar cuáles pueden ser las razones por las que ideológicamente nos opondríamos a ser inoculados. En Estados Unidos hay un número significativo de personas que se sienten agredidos en su libertad individual. Del mismo modo que a esa nación le tomo casi veinte años darse cuenta de que era conveniente incluir una figura como un Banco Central para organizar parte de la actividad financiera, ahora hay personas que están al principio de la visualización de una solución colectiva a una situación que se presenta como extraordinaria y que tiene consecuencias tanto individuales como sistémicas.  El talentoso Alexander Hamilton, el hombre que tuvo éxito en lanzar muchas iniciativas que ayudaron a la organización de la recién creada nación, como la creación de la Oficina de Patentes y el Ministerio de Hacienda, no logró hacer aceptable para sus conciudadanos la creación de un organismo que observara, recomendara y regulara el sistema de manera colectiva.  Se necesitó la crisis financiera del año 1907 para que los propios banqueros se pusieran de acuerdo y propusieran la existencia de figuras de este tipo. En el momento actual ya hay más fallecidos por covid que los que hubo por la anterior pandemia, en EEUU esto es unas casi 700,000 al momento de escribir estas líneas.  Ojalá no se necesiten más muertos para convencer a los renuentes.

Luego están las personas que, en cualquier lugar del mundo, desconfían de toda la crisis sanitaria en su conjunto, aquellos que desde el principio sentían que probablemente toda la información sobre la pandemia fuera una gran conspiración, como si no hubiesen leído sobre las pestes en Europa durante la Edad Media o sobre epidemias como la tuberculosis, el polio o la mal llamada gripe española.

Y es que, así como es posible desconocer informaciones sobre el pasado, también hay demasiada información circulando en el presente. Gracias a adelantos en tecnología física y social hemos logrado que un número sin precedentes de emisores pueda llegar a un número también enorme de receptores. Por eso es que en el momento actual contamos con términos como fakenews y posverdad, que se añaden a nuestro acervo donde ya existían “chisme”, “disparate”, “loquera”, “mentira”, “engaño”, “bulo”, “desinformación” y el muy dominicano “pendejada”. En este contexto, los procesos de discriminación y selección empiezan desde antes del contacto mismo con la pieza que se analiza.  Constantemente hay que hacer un esfuerzo por expandir las barreras del tribalismo y de los algoritmos, proponerse salir de la burbuja que se va construyendo por nuestra historia de búsquedas.  Luego, sobre la base de lo recibido, aun antes de ver los videos, escuchar los podcasts o leer las noticias, hay que considerar la validez de la fuente fuera del tema de la pandemia o de las vacunas.  Es decir, ver si la fuente es exigente consigo misma en otros temas fuera del que nos ocupa. Para los que tienen oposiciones por líneas identitarias, puede ser interesante saber que tanto por lo menos una doctora afroamericana que se oponía a la vacuna, como congresistas republicanos han lanzado comunicados explicando sus puntos de vista sobre la materia.

Por suerte, ya ha habido suficientes vacunados para demostrar inequívocamente que, si bien muchas personas han resultado infectadas a pesar de haber sido inoculadas, ninguna de ellas ha presentado la enfermedad en su manifestación más grave.  Esto se puede contrastar a través de numerosas fuentes.

Luego, es cierto que hay que considerar la casa de fabricación que se va a utilizar. Aunque muchas personas dicen no haber sentido ningún tipo de efecto, al punto de dudar si realmente se trataba de una vacuna, es cierto que algunas de las versiones producen sueño durante varios días (eso lo vi con un amigo que recibió la Moderna y literalmente se acostó a dormir durante un día, para luego apenas cumplir con trabajar durante varios días más, no pudo ni siquiera ver televisión durante una semana), otras pueden hacer que el brazo se sienta tan pesado como para no utilizarlo por un día entero (eso lo vi en mis hijos cuando usaron la Pfizer, tal vez simplemente estaban cansados, pero centraron su oposición en el brazo) y otras han tenido repercusiones en el sistema circulatorio (esto no lo vi de primera mano, pero he leído sobre ellos). Reconozco que vacunarse no es lo mismo que beber un vaso de agua, no podemos creer que para todos es sencillo dar este paso, pero la alternativa de no darlo es mucho peor. Por eso es que estamos especialmente agradecidos de los que ya se han vacunado.