Las mujeres del siglo XXI, creo, y, quizás me crucifiquen por esto las feministas radicales,  ya no tienen más utopías ni ventanas que abrir ni enigmas que descifrar; tal vez puedan existir en el mundo continuando con algunas interrogaciones, verbi gracia, sobre el poder del lenguaje, sobre el valor del signo lingüístico, para dejar de fragmentarse  y/ o subrogarse como sujetos en la voz de los otros, ya que sus encuentros psíquicos no conllevarán más desdoblamientos, escisiones  o percepciones sobre la feminidad. Algunas teóricas dirán –otra vez, y reiteradamente- que deben seguir  penetrando  al texto, y,  a los valores cognoscitivos de lo real, pero ¿hasta cuándo?

La violenta ruptura –como utopía-  que  ¿desean? en  contra  del  poder patriarcal continuará en este siglo en oriente y en occidente, al menos que las tecnologías decretan la muerte, el exterminio de lo humano, del ser y del pensar, con todo su pathos.

No sé –algo que no debería decir-, no tengo idea de cuál será el próximo espejo en el cual las mujeres jugarán “entretenidamente” a verse, ni qué “protección” o complicidad pedirán a los otros, porque la vulnerabilidad de ellas, de nosotras, y los dilemas como lucha de enfrentamiento de las culturas, continuará en el presente siglo.

Tal vez la equidad genérica ha sido la última utopía que nos legó el pasado siglo veinte, lo transversal en el quehacer de los imperativos del poder político. ¿Qué otros paradigmas van a abordar las mujeres; a qué otras apariencias van a hacerle resistencia; qué otra dimensión epistemológica crearán las mujeres para construir una nueva mitología femenina de la cultura, a menos que la perfecta cultura sea la asexuada y andrógena? Tampoco lo sé.

Entiendo que, tomando la idea de qué otra “batalla”  aún les falta a las mujeres por librar, aún les queda por librar  la batalla contra la barbarie de la violencia de género, en específico la violencia contra la mujer.

A este respecto deseo expresar mi parecer de que, en sentido general,  la violencia proviene de distintos conflictos que el ser humano ha tenido que enfrentar en el proceso de su construcción como un sujeto social. El ser humano ha vivido desde el pasado al presente luchando por alcanzar su libertad, por crecer con sus facultades propias, por evitar la cruzada inevitable de desarrollarse en medio de una cultura filogenética, es decir, represiva.

El nacimiento de Venus, de BoticelliSigmund Freud –muy odiado por las feministas- ha expresado en su obra El malestar en la cultura al hablar de la “genitalidad heterosexual madura” que: “El conflicto entre la civilización y la sexualidad es provocado por la circunstancia de que el amor sexual es una relación entre dos personas, en la que una tercera sólo puede ser superflua o perturbadora (…). Cuando una relación amorosa está en su máxima altura no deja espacio para ningún otro interés en el mundo alrededor (…)”.

Partiendo de este argumento podemos plantearnos muchas preguntas sobre las relaciones contradictorias que se producen en las parejas, sobre el conflicto de que el poder de Eros convierte al otro en un sujeto-objeto libidinal, en un sujeto que se enajena, que se sublimiza, que se encadena, que se asume gratificante, ya que el sujeto (hombre o mujer), deja absorber la autoridad de su “conciencia” por la “inconciencia” que actúa para reprimir a lo deseado a través de la sexualidad.  Este irreconciliable conflicto con el principio del placer, con el “ego del placer” es, lo que explica la dominación represiva del hombre-varón hacia la mujer, al “entender” que el control activo del sexo opuesto queda establecido por su supremacía genital.

Entonces cuando la mujer se revela y repudia las perversiones de esta práctica erótica, para recobrar la identidad de su “libertad” ante el hombre, abre en la relación un fatal punto de peligro: el instinto de la muerte ligado al instinto de Eros, a la libido, a la destrucción, a un placer monogámico del sujeto, que es su fin supremo.

En tal sentido el homicidio cometido contra una mujer (llamado actualmente por las feministas del patio erróneamente como feminicido y no femicidio), es un impulso regresivo del hombre a la barbarie, cuando su intelecto forma un superego de inseguridad hacia su compañera, lo que motiva su acción destructiva, punitiva, cambiando, pulverizando su personalidad madura.

En la literatura universal, por ejemplo,  encontramos miles, millones  de textos en los cuales las relaciones sociales entre hombres y mujeres se construyen sólo desde el espacio semiótico patriarcal, a través de un sistema de signos, de un proceso de internalización de éstos, que persigue la hegemonía de un solo hablante arbitrario. El poder creativo de la palabra es por igual de los dos sujetos. Sin embargo, la literatura femenina (no la escritura de mujer), ha historiado multifacéticos realidades en torno a la mujer.

Una de las más ficcionalizada es, la mujer sin historia, codificada al ostracismo, y ya de por sí, este es un tipo de violencia. Por su parte el escritor (en todas las épocas, en todas las generaciones, y en todos los movimientos literarios) ha configurado desde los tiempos remotos una desigualdad fabricada en torno a la mujer, una lingüística asimétrica desde su posición axial de perpetuar su hegemonía en el arte, en la literatura, en fin, en el pensar.

“Io sono mia”. Reinvidicaciones sociales. Luego de alcanzar en el siglo veinte la mujer la homologación de una ciudadanía “igual” a la del hombre, movimiento conocido como sufragismo,  las corrientes feministas de los países del primer mundo, y sobre todo el feminismo académico, cifró su discurso, con la oposición de El Vaticano, en derivar el sentido sexual de la “reproducción” con un discurso erigido en la metáfora del “género”. De ahí derivó que se entendiera desde este punto de vista que, ontológicamente y per se, la familia tradicional, y, por ende, las estructuras misóginas de castiga y vigila del derecho burgués, del cual dependen aún  la gran mayoría de las mujeres del mundo, continúan manteniendo a la mujer como un cuerpo marcado por una relación de subordinación, por lo cual, se podría argumentar larga y extendidamente –desde la óptica del discurso feminista- que la relación de subordinación de la mujer a la normativa del  derecho burgués, y, léase aquí,  la subordinación creada por ese derecho, se podría describir como el factum que impide a la mujer lograr sus reivindicaciones.

La investigadora Nancy Armstrong en un ensayo titulado “Occidentalismo: una cuestión para el feminismo internacional” [1990] plantea que: “Puesto que el lenguaje de “la familia” constituye  ya la base de una burguesía internacional, habrá de ser un feminismo internacional el que desestabilice ese lenguaje”. Traigo esta opinión porque actualmente la disolución de la familia tradicional  es el conflicto letal por el cual se enfrentan los hombres versus mujeres, dejando a un lado los presupuestos y legados emancipatorios del siglo XX, y, el mítico estudio de la subjetividad femenina. Hoy se pretende -desde el discurso de género- derribar todos los enunciados culturales que se han apropiado del lenguaje, dándole un golpe subversivo a los preceptos de qué constituye lo social, y  a la “lógica” intelectualizada de continuar viendo a la mujer con una mirada cuya única característica es la opresión genérica.

Otra “reivindicación”  a la cual aspira la mujer  está vinculada a la maternidad. La maternidad en el siglo XXI  ha tomado un significado flotante; las feministas radicales postmodernas han dejado a un lado –y aquí en Santo Domingo está aconteciendo de esta manera-  las cuestiones éticas, y se abrazan a las nuevas tecnologías de la reproducción. La lucha de ellas – de las radicales ortodoxas- es la confrontación total contra las instituciones sociales del patriarcalismo y sus ideologías.

Entendemos que el debate epistemológico sobre el rol de los géneros y la fertilidad humana han adquirido un carácter supranacional. Los debates ya no son teóricos ni sobre repertorios de obras ni sobre cánones historiográficos. Cierto es que las “reivindicaciones”  alcanzadas por la mujer en el mundo occidental han sido parciales, porque la noción burguesa-patriarcal  de la “igualdad” ha sofocado a las mentalidades femeninas en la especificidad de sus demandas [liberación sexual, emancipación, revolución].

Sobre este particular, vemos, por ejemplo,  que en la República Dominicana, en este  escenario, las coaliciones de ong´s de mujeres funcionan, de hecho, como grupos extraparlamentarios en las discusiones políticas-patriarcales en las cuales se debaten proyectos de reformas contrahegemónicas  sobre los derechos reproductivos de las mujeres.

La militancia feminista dominicana en este momento, como ha acontecido en otros países de occidente, se moviliza para derribar al derecho constitucional y a las leyes sustantivas al grito de “Io sono mia”  [Yo soy mía] tal como lo hicieron las feministas italianas cuando lograron con el apoyo del Partido Comunista Italiana [PCI] en 1978 la Ley del aborto, que significa al decir de la crítica feminista  italiana Giulia Colaizzi “el control de las mujeres sobre sus propios cuerpos y la capacidad de decidir por sí mismas al margen de cualquier institución o figura institucionalizada”, en otras palabras, el aborto libera a las mujeres “de la tiranía de sus funciones sexo-reproductivas” [Christie Mc Donald].

¿“Revolución” de la mujer en el mundo? Habrá una verdadera revolución de la mujer en el siglo XXI cuando la mujer aprenda a “pensar en lo posible”. Y como yo quiero “pensar en lo posible” retomo  una opinión que ya anteriormente he expresado  recordando  a Simone de Beauvoir y su obra Le Deuxième Sexe.

“(…) l’action des femmes n’a jamais été qu’une agitation symbolique; elles n’ont gagné que ce les hommes ont bien voulu leur concéder; elles n’ont rien pris: elles ont reçu. (…). Bourgeoises elles sont solidaires des bourgeois et non des femmes prolétaires; blanches des hommes blancs et non des femmes noires”. Le Deuxième Sexe. Gallimard.20e édition. France, 1949: 19.

Simone de BeauvoirCon de Beauvoir aprendí que es necesario ejercer el derecho a disentir, a ser contestataria, a elaborar estrategias formales e informales de resistencia ante la opresión del otro y de las otras. La lectura de Le Deuxième Sexe, en los años 80, me permitió reflexionar sobre  la subjetividad femenina; la función alienante de las leyes que reproducen la coexistencia de las clases y los grupos a través de su discurso providencial, por lo cual entiendo  que una debe pensar en cómo evitar en nuestras sociedades la reactivación de la ideología sexista que es la base del sistema  capitalista dominante.

Ella me dio las herramientas para construir mi mirada  desmistificadora, comprendiendo que la  mujer no es más que un sujeto  en construcción, un signo que se origina con su participación activa en el devenir,  que  requiere deslegitimizar la lógica abstracta de este signo y crear espacios de desterritorrización  para derribar esa franja nebulosa de marginalidad en la cual el hombre-varón nos ha situado.  La frase que inicia este texto nos muestra como paradigma que, el lenguaje y su apropiación es una lucha de poder entre los sexos, ya que el mismo posibilita la dominación patriarcal y el andocentrismo; por lo que creo que las feministas deben buscar un significante trascendental extra-lingüístico a esa relación dual a la cual está sometido el desafío de existir a través de la voluntad del saber, y las diferencias binarias.