Pensándolo bien, y observando la capacidad de correr y contagiar que tiene el coronavirus, el liderazgo nacional de todo tipo (político, empresarial, civil y religioso) debería concentrar sus esfuerzos en preparar muy cuidadosamente el inevitable regreso a la “normalidad”. El alcance de esa “normalidad” podría ser un proceso más costoso, complejo y conflictivo que el de emergencia y control sanitarios iniciales. La pandemia, en un abrir y cerrar de ojos ha desarticulado la economía global y la local, pero nos llevara décadas reconstruir lo que teníamos.

Nadie duda ya que el coronavirus no desaparecerá en el 2020, tampoco en el 2021. Más aun, cuando alguna potencia logre desarrollar la esperada vacuna anti COVID 19 la pandemia se reducirá sustancialmente, pero seguirá flotando durante años como un remanente letal, azotando sociedades frágiles y en reapariciones o rebrotes frecuentes debido a que su canal propagador más efectivo es el mismo ser humano, el cual se ha reafirmado como un agente circulante y nómada, cual berebere moderno.

Para comprender la envergadura del regreso, pensemos solamente en la educación. La extraordinaria masa de estudiantes universitarios que se trasladan diariamente apretujados, cara con cara, en metro y autobuses, hacia las universidades del Distrito Nacional y de Santiago, podría significar una gran amenaza de contagios masivos.

Las propias condiciones de aulas precarias y superpobladas en la mayoría de las universidades elevan también los riesgos de contagio.

Sin embargo, solo una minoría de nuestras universidades cuentan con suficientes docentes entrenados para desarrollar todas sus cátedras y supervisión de manera virtual, y la mayoría de los centros no disponen de las plataformas tecnológicas adecuadas. Por su lado, los estudiantes de muy escasos recursos carecen también de computadoras y adecuado acceso a internet en sus hogares para seguir su formación universitaria online.

Ese es un salto tecnológico e institucional que todavía las universidades dominicanas no han dado, y les falta mucho. Es también un reto no ya de las universidades en particular, sino del Estado dominicano frente al acelerado proceso de cambios en la economía global y ante los riesgos de eventuales nuevos eventos o disrupciones globales que impliquen una suspensión parcial o total de la actividad productiva y comercial convencional, como ha ocurrido ahora.

Debemos destacar que, sin embargo, las universidades privadas de altos costos, aquellos centros de clase alta y media del país, sí que podrían prepararse en corto tiempo para la educación online casi a escala masiva en su matrícula de alumnos. Estudiantes que además poseen por si mismo los recursos técnicos, económicos y de comodidad necesarios para seguir su formación de manera online durante un buen periodo de tiempo.

Ese desbalance de posibilidades se empeora en el nivel de la educación básica, si comparamos la desnudez tecnológica de las escuelas públicas y colegios de barrios pobres con las facilidades y condiciones de los grandes colegios privados, precisamente para niños y adolescentes de clase adinerada o acomodada.

Para contener la dinámica de mayor desigualdad en la calidad y cantidad de la educación de nuestros niños y jóvenes el gobierno tendrá que considerar planes especiales, tecnológicos, docentes y presupuestarios.

En resumen, hasta el coronavirus conspira fuertemente contra las oportunidades educativas y de progreso de nuestros futuros hombres y mujeres de origen popular…, ¡ofrezcome!