En el inconsciente popular del dominicano está enraizada una visión mágico religiosa de la vida, producto de los varios sincretismos que han forjado la identidad dominicana como la de muchos otros pueblos. Aquí indígenas, negros y blancos, han dejado rasgos que se apilaron por capas y se combinaron entre ellos.
A pesar de la exterminación de los pobladores originarios de la isla, los descubrimientos sobre el ADN de los dominicanos logrados mediante estudios realizados por la Academia Dominicana de la Historia, la National Geographic Society y la Universidad de Pennsylvania, con la colaboración de la Universidad Iberoamericana (UNIBE), han dado por sentado que el 39% de nuestro ADN proviene de ancestros europeos, un 49% de africanos y un 4% de taínos. Podríamos entonces decir, sin equivocarnos, que tenemos una compleja ascendencia genética
Indígenas exterminados, negros esclavizados, ciudades arrasadas, invasiones y resistencias, todos esos acontecimientos traumáticos han creado un buen caldo de cultivo. Sobre todo, si se toma en cuenta que los problemas creados por el origen, la transmisión, el olvido de la llamada “represión primaria”, han dejado huellas de generación en generación en el inconsciente colectivo
interpelando numerosos psicoanalistas desde Freud hasta nuestros días.
Las pertinentes observaciones de la psicogenealogía y de la transmisión intergeneracional podrían explicar la visión mágico religiosa del mundo enraizada en muchos países latinoamericanos, así como ciertos rasgos de comportamiento. Si se agrega a esta herencia sociogenética un terreno mantenido fértil por el atraso socio cultural, la falta de calidad de la educación, la pobre formación científica, la pobreza y la desesperanza tenemos el marco perfecto para dar pies a supersticiones, sugestiones, efectos placebo, fenómenos histéricos y otros.
Hay que notar que la religiosidad popular es una expresión diferente de la religión oficial donde la racionalidad y la estructuración del dogma es la norma. Es una manifestación que privilegia la acción festiva, la capacidad inventiva y la improvisación en la experiencia de los misterios. Deja toda libertad a lo instintivo, lo emocional y corporal ante lo sagrado.
La religiosidad popular y sus manifestaciones mágicoreligiosas, menospreciadas por muchos, penetran sin embargo de manera subrepticia en todas las clases sociales. ¿Quién no quiere tomar un té preparado por su servicio que tiene una receta infalible para la gripe o para subir las defensas? ¿Quién no conoce una persona pidiendo un día de vacaciones en su trabajo por enfermedad y se va a Cutupú para un ensalmo? ¿O tal persona que no puede tener hijos y está lista a tomar una botella preparada por un curioso de un campo de Yamasá porque fulanita se embarazó después de haberla tomado? Los baquinís, entierros de niños cantados, bailados y con distribución de dulces según la tradición africana, o los jolgorios que acompañan la celebración de Belié Belcán (o San Miguel), los loases y los misterios del vodú dominicano, paralelamente a la misa y al culto católico, son realidades de nuestra cultura.
Las conexiones con el más allá y el mundo mágico religioso son, sin lugar a dudas, un terreno fértil para cualquier predicador precedido de fama internacional. Esto nos ayuda a explicarnos la recepción fuera de lo común que se le hizo a T. B. Joshua, en su visita a la República Dominicana y todas las atenciones de las cuales este predicador nigeriano fue el objeto de parte de nuestras máximas autoridades.
Pan y circo para el pueblo, ¿y quién sabe si frente a tantos poderes sobrenaturales al alcance, gracias a la oportuna visita, nuestros gobernantes también quisieron ser tocados por la gracia para poder seguir dirigiendo el destino del pueblo dominicano?