Muchos tienen la percepción errónea de que creando instituciones o leyes se resuelven los problemas. Por el contrario lo que ha sucedido en nuestro país es que de este modo hemos creado un panorama tan complicado, que por más positivo  que se sea, es difícil avizorar una salida airosa.

La demagogia política, la hipocresía, la falta de visión, la búsqueda insaciable de poder y riquezas a cualquier precio, el culto a la personalidad y las complicidades e irresponsables silencios que permiten que situaciones vergonzosas se repitan todos los días; son algunas de las causas no solo de que nuestro país adolezca de los problemas que tiene, sino de que inexorablemente sigamos transitando el mismo equivocado rumbo.

El sentido común indica que los problemas hay que resolverlos antes de que se hagan grandes.  De igual forma, que si se quiere lograr un objetivo debe trazarse un plan y coordinar todas las acciones hasta alcanzarlo.  Sin embargo la lucha de intereses en nuestro país hace que esto no sea posible.  Cada quien se ha adueñado de su parcela y empuja en la dirección que entiende le resuelve su problema particular, aunque la misma provoque efectos perversos para el resto.

Las instituciones han perdido su esencia, son botines particulares de sus incumbentes que actúan generalmente en defensa de sus propios intereses o en la de aquellos que  les nombraron; aunque esto arruine la democracia y tenga efectos nefastos para el país.

Las autoridades luces carentes de un plan estratégico e ignorantes de los postulados que ellas mismas han dictado.  La Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo no solo es un pedazo de papel que no se cumple, sino que ni siquiera se conoce o recuerda.

El Estado funciona no para la búsqueda de soluciones a los problemas generales sino como un gran repartidor de sueños para los infelices y prebendas para los poderosos.

Lo peor es que aparentemente nos hemos acostumbrado a esta  realidad, aunque muchos la resentimos e intentamos cambiarla.

Nos hemos conformado con que las cosas sean menos malas de lo que eran antes, con acciones carentes de sentido porque al menos significan un pequeño cambio del estatus quo, con que nos vendan falsas soluciones a problemas particulares, sin darnos cuenta que de esa forma solo se está agravando los problemas de todos.

Parecería que muchos no se dieran cuenta de que estamos cruzados de brazos esperando ver pasar la sepultura de nuestro sistema productivo, del sistema eléctrico, del de seguridad social, del de partidos, etc.; sin apreciar las terribles consecuencias para el país.

Sería preferible que no existieran todos los organismos y todas las comisiones de nombres rimbombantes que existen, pero que al menos hubiera una  cosa: voluntad para hacer lo que el país necesita, no lo que conviene a unos cuantos.

Lamentablemente, mientras el Estado siga actuando como un mercado de complacencias en el que  muchos compiten por conquistar  pedazos del pastel que son repartidos a cambio de respaldos, toda  acción solo  será  otra página  más de la triste fábula de nuestra existencia.