TESIS FALSA: Aunque en sentido dinámico –y nunca virtualmente manifiesto–, la poesía de Manuel del Cabral permanentemente abreva en las preocupaciones metafísicas.

Incluso desde que se propone la recreación del mito sociocultural que representa el personaje criollo Compadre Mon, el sustrato final en esa obra formula una preocupación de jaez heideggeriana: sólo existe verdaderamente el hombre, mientras que el resto de las formas de ser (el ser de las cosas vistas, de los espectáculos, el ser de las herramientas y de los instrumentos, el ser de las formas matemáticas, el ser de los animales, de acuerdo con las teorías especulativas del filósofo alemán), sólo son en tanto en cuanto a su relación con el animal humano. Lo mismo ocurre cuando el caudal poético cabraliano discurre con caliente aliento erótico o por los cauces de la pura redención social: la bisagra de la unión de ese magma coloidal es una manifiesta macro metafísica. Visto así, la aparente dispersión temática mantiene unicidad de base en una Poética rocosa, sólida, maciza, consistente.

ANTÍTESIS FICTICIA: El libro de Manuel del Cabral considerado como su cumbre metafísica, tendría una raíz más terrenal.

Comenzando la década de los 50, Los huéspedes secretos toman cuerpo. El vuelco hacia lo concerniente a la posible (o no) trascendencia de las actividades humanas, devino parte íntima de su decir. Además, según se van gestando símbolos golpe a verso y verso a golpe, de entre las máscaras que asume aquella preocupación primordial (incluidas las de orden social y religioso), me parece volver a descubrir, al releerlo, que el resto de aquellas formas de ser citadas más arriba se supeditan por completo –desaparecen del discurso– al deterioro del Ser real, la esfera incierta de la existencia –tal y como se invocaban estos conceptos en el espacio condicionado del Existencialismo. Se me dispensará la recurrencia al recetario de dicha escuela a estas alturas, pero se trata de una cierta afinidad de época (los años 1940 y 1950 fueron dominio de los existencialistas agnósticos y ateos Sartre, Camus y Simone de Beauvoir, ya que el cristiano es propio de épocas anteriores, salvo en Gabriel Marcel), una corriente que arrebataba y arropaba con sus tonalidades grises –náusea, extrañamiento, estrago de la torpe condición humana– y de expresiones que este tomo del poeta –a lo largo, especialmente, de su primera parte– traduce con efecto excepcional. De manera que esas son las actitudes que refleja cada uno de los huéspedes: aquellas que sugieren la posición mecánica del hombre en el magma de su vida cotidiana como las que liquidan, dispersan e invisibilizan, al “ser-sí-mismo”.

Ahora bien, entre preguntas y confirmaciones, duda agraz y dulce lucidez, de vez en cuando brota aquello que –a razón de señalarlo como elemento integral del texto–, indica referencias a la persona sumergida, tras un rapto involuntario, en aquella “nada activa” que, a la vez que fundamento constituiría el fondo negativo activo en el hecho de existir. Una nada (como bien expresa Heidegger) que no es más que el mismo Ser, lo que somos cada uno: “un grupo de conciencias que fabrican la nada”. Y Del Cabral procesa, como con levadura, esta dura reflexión (que como todo flujo de progenie filosófica aparece bajo urdimbre afirmativa):

Y vendrán de la nada, como ayer, otros hombres, no de la Nada mística –esa que prevalecía antes de que, de un pretendido estallido, brotara el universo conocido–, sino de esa Nada que lo aniquila todo liquidándose a sí misma. Y, para colmo, esta Nada  tomará (…) formas crueles. Y esa aniquilación, brutal y sistemática, se torna hipóstasis en la simbología de Los huéspedes secretos a través de las distintas referencias somáticas. La argamasa corporal, entonces, apuntalada como vehículo del alma. Es lo que deja expresado en el poema que tituló “La carga”: No sé qué hacer con este cuerpo mío, y luego en “Suma de la nada”, cuando argumenta: Yo sé que hay dos aquí en mi carne, expresión que, sutilmente, nos reconduce a Jean Paul Sartre: “¿por qué es necesario –alguna vez pregunta– que tengamos cuerpos?” (en el cuento “Intimidad” de El muro).

Además, en el citado poema “La carga” –en el cual se presentan cuerpo y tiempo como fardos agobiantes sobre el lomo, como lastre de la vida–, se recrean aquellos movimientos de trascendencia que componen, como vigor sanguíneo, la realidad de la existencia. Primeramente, se avala todo un cúmulo de condiciones particulares, libérrimas del individuo, que reducen sus posibilidades con respecto al porvenir a sencillas abstracciones. En segundo lugar, el futuro (imperfecto) al que continuamente se dirige ese individuo ha de contar, perennemente, con la muerte como imposibilidad de toda posibilidad. Eso es lo que constituye “el tercer éxtasis del tiempo”:  irás al porvenir con tu carga de recuerdos, las coyundas de tu yo, forjadas en pretérito. Es por ello que eres tiempo que te conduce a no ser. Eres ser-para-la-muerte.

Pero los huéspedes proponen un “crecimiento hacia adentro” constante como solución a este rotundo planteamiento: si soy para la muerte (Das Sein zum Tode) si cada construcción (concreta o estrictamente abstracta) se me derruirá, por qué seguir edificando mi Torre de Babel podrida. Porque entramos de repente a la territorialidad arrolladora de los egos (el yo como proyecto de vida, una tesis orteguiana) y al arrebato sartreano: la existencia precede a la esencia.

Así, cuando el hombre asimila la decisión, la aceptación de su existencia, también asume que el porvenir está constituido por una carrera hacia el delta de la muerte. Pero en cambio, en el intento, hay que vivir; con el dolor, con la alegría, la esperanza y la desesperanza alternándose entre sí. Y usufructuar al máximo las posibilidades estructurales, constructivas, de esa su existencia plagada de dolor: “Sólo el dolor inventa”, nos ha cantado un huésped.

SÍNTESIS ARTIFICIAL: El propósito ulterior con el que Del Cabral configuró su libro no fue el de plantear conceptos filosóficos de raigambre alguna.

Creo que es la relación en el orden de lenguaje y frenesí de orfebre lo que ha determinado su composición, su factura conceptual, su imaginario simbólico. El lenguaje, con el que se plantean todas las interrogantes, habilita en el decir ese absurdo existencial, esa angustia radical que por fin se formulaba en su poesía y que, en la presente transmodernidad (pandémica y virtual), conserva su vigencia cargándose sus nódulos con nuevas y afiladas turbaciones.

Pero un huésped es también un convidado (de piedra de verdad o de “esta piedra tirada aquí… mi cráneo”): un tercer personaje que podría proceder de tu desdoblamiento. La tercera persona que es el huésped funge como hiper consciencia, diablo y ángel acechando en ambos hombros: te dará de beber de sus llagas de pecado.

Somos huéspedes cautivos de una mansión oscura, de paredes que reflejan el vértigo del otro. Otredad del otro lado del espejo, pero además del prójimo.