El contexto mundial en que vivimos se torna cada más preocupante. Parece que a los seres humanos cada vez nos cuesta más una convivencia pacífica y armónica. Da la impresión de que interesa mantener e incrementar un clima humano inhóspito y, por ende, saturado de conflictos. Son problemas que no siempre presentan factores causales razonables; al contrario, forman parte de un comportamiento carente de sentido. La peligrosidad de esta situación muestra signos evidentes de violencia verbal y de tensiones políticas. Se constatan relaciones tensas y fragmentadas. El peligro estriba, también, en que ya no son hechos puntuales, sino cotidianos; forman parte de lo que podemos considerar como el ambiente natural de las personas y de las instituciones. Participamos de un acoso mundial; pues al examinar la geografía global, nos encontramos con que los humanos se repelen, se atropellan y, aun más, se resisten a entender la necesidad de la paz. Este escenario internacional cuenta con líderes del acoso social, algunos de ellos con una postura que se distancia del respeto y del sentido humano, como la de Donald Trump, King Jon Un y Salvini. En la creación y sostenimiento de un ambiente tóxico para los humanos, es necesario nombrar, además, a Duterte y a los grupos Hezbolá e ISI. Este conjunto de sujetos y de organizaciones tienen el escenario universal crispado. El tono de la crispación sube; es un liderazgo que ha introyectado la cultura de la muerte y se niega a impulsar la cultura que genera bien colectivo.

Este contexto planetario incide en el entorno humano de los diferentes países, los cuales les añaden sus propios problemas, un ambiente social que termina creando ansiedad e incertidumbre en los ciudadanos. La República Dominicana históricamente ha convivido con el deseo de continuidad en el poder por parte de los líderes políticos. Pensábamos que, a estas alturas del Siglo XXI, la vocación continuista era cosa del pasado. No es así; estamos ante un panorama reeleccionista, adverso al diálogo y a la paz. Presenciamos una lucha enconada que en nada favorece el desarrollo socioeconómico y el desarrollo humano de sus habitantes. Estamos ante una sociedad acosada, un tejido humano con la presión arterial colapsada. Los motivos forman parte del sinsentido que construyen e institucionalizan aquellos políticos que están seducidos por el oro reluciente del poder. Es una seducción costosa para la nación. Este costo se evidencia en el deterioro expedito de sus estructuras básicas; y en la animosidad que se expande en grupos políticos y en sus simpatizantes.

Una sociedad acosada adopta un estilo de vida disfuncional, disfuncionalidad que se expresa en el descuido de las prioridades nacionales y en el subrayado al culto a la personalidad de los grupos de poder. Esta situación se agrava por la vulnerabilidad de un elevado porcentaje de la población dominicana. Los grupos de poder se convierten para ellos en mesías, en paladines de la magnanimidad. Esta condición genera compra de conciencia, compra de voces y de votos. Pero el problema es más serio al observar que los que se han convertido en objetos pasibles de compra son los senadores y los diputados, personajes de alto nivel. Las brisas reeleccionistas se mueven con el ritmo de este tipo de compra. La lucha de poder de un partido, que a la vez es el que dirige los destinos de la nación, mantiene a la sociedad dominicana en estado de acoso. Se ha perdido la voluntad y la capacidad de diálogo y búsqueda de consenso. Asimismo, se ha obviado la razón para pensar en el país. Por ello se prefiere la confrontación abierta. Esta tirantez es la que disminuye la estabilidad y la serenidad de la sociedad. En este marco, la realidad actual de la República Dominicana requiere reforzamiento de la educación social y política de los ciudadanos. Las Instituciones de Educación Superior, IES, han de afrontar los desafíos que esta experiencia presenta. Estos desafíos requieren, con anticipación, un trabajo orientado a la educación democrática. Además, a la educación para una gestión y distribución del poder, desde la perspectiva del poder-servicio. Esta puede ser una vía efectiva para desterrar la ambición desmedida de poder y la obcecación por el control de los poderes del Estado. Ha llegado el momento de recuperar los valores y la fuerza de la democracia participativa. Ha llegado el momento de decirle no al acoso social y decirle sí a una sociedad que quiere la paz.