La Navidad es un período de relieve especial. Creyentes, ateos y los que no toman posición con respecto a la naturaleza de la festividad, están deseando celebrar; aspiran a espacio y tiempo que les permita liberarse de las ataduras derivadas de los protocolos que regulan la pandemia. El ambiente navideño es distinto en este 2020. Lejos han estado los villancicos, la música estridente en parques y avenidas. Más lejos han estado las celebraciones diurnas y nocturnas. El toque de queda ha contribuido de forma equívoca. Por un lado, favorece el cuidado de la salud, al reducir la exposición al contagio y a la propagación del virus. Por otro lado, la gente siente que su libertad, sus derechos y la alegría han sufrido una reducción drástica. Ya son nueve meses y medio de toque de queda ampliado cada cierto tiempo por la Presidencia de la República.
En este contexto, encontramos personas que han desafiado de forma permanente las normas que regulan el comportamiento de la población para prevenir contagios y muertes. A pesar de todo, la gente está tratando de recuperar el ánimo, de expandir su alegría y, sobre todo, de poder vivir la fiesta navideña con el sabor tropical y, aun más, con la vitalidad y el ritmo dominicanos.
Estamos ante una semana singular. Los indicadores más relevantes de esta singularidad son el incremento de los contagios, la transmisión acelerada del virus por la acción desordenada de jóvenes; y la celebración de la Nochebuena y del 25 de diciembre. Son episodios interesantes y que tienen un impacto en la vida del país. Estos acontecimientos aisladamente no constituyen ningún problema, pero analizados en el contexto de la pandemia, generan preocupación e incertidumbre, por el déficit de educación ciudadana en la población dominicana. Sin respeto a los protocolos de bioseguridad, la exposición a la letalidad y al contagio es cada vez mayor.
La flexibilidad de la normativa que se aplica para controlar la COVID-19 podría constituir un factor de riesgo; y no podemos asegurar que las dificultades vinculadas a la enfermedad se van a reducir. La gente ya no resiste más y quiere celebrar como si fuera su última fiesta, su experiencia final. El estado de ansiedad y de encierro ha ganado mucho terreno en la República Dominicana, por lo que es importante el llamado permanente que hacen las autoridades para que todo se realice con mesura y capacidad reflexiva. Apelamos al sentido común y a la corresponsabilidad de todos los ciudadanos, para que la situación de salud de la República Dominicana no continúe deteriorándose.
Tenemos que poner en acción la capacidad creativa que nos caracteriza; y, desde ahí, pensar formas nuevas y seguras de celebrar, sin afectar la propia vida ni la de los que nos rodean. Ha de ser un cuidado en reciprocidad y con un alto sentido de solidaridad y de justicia. La semana del 21 al 27 es una prueba de fuego para la República Dominicana.