El sentido lógico y la experiencia de vida nos dice que primero andamos y después corremos. No en vano el proceso natural nos guía para que desde los primeros meses de vida avancemos de gatear a dar los primeros pasos; caer, levantarnos, con esfuerzo volver a intentarlo, dar los primeros pasos, andar, correr y finalmente convertirnos en seres indetenibles antes la vida.

Lo mismo aplica en casi todos los aspectos. Desde lo emocional, lo físico, lo personal, laboral y hasta en la política. Hay etapas que no se pueden saltar, turnos que se hacen necesarios agotar y procesos que hay que enfrentar en nombre de crecer y que cuando se intentan evadir a corto o largo plazo pasan factura y terminan estancándonos en profundas lagunas de carencias y ausencias.

La vida nos habla también de prioridades. Con la madurez, con la experiencia y con los años, la misma sabiduría que trae el tiempo, las cosas realmente importantes y que requieren urgencia en ser resueltas se definen por sí solas. El sentido común, como por arte de magia, nos va diciendo a qué hacer frente, qué ignorar y qué postergar.

La política y la sociedad no escapan a esa realidad. Resulta imposible hablar de avances en una sociedad que apenas da primeros pasos en su intento por avanzar y sacudirse el polvo.
Al gobierno de turno no le quiero restar mérito y brillo a los programas de viviendas, a los proyectos habitacionales, de infraestructuras, a los avances en términos de transporte que se exhiben cuando hablamos de la gran cantidad de gente que utiliza el Metro y que lo han adoptado como un medio de transporte alternativo y seguro. No pretendo tampoco robarle luces a sus aportes de gobierno en términos de diplomacia y de relaciones exteriores. Ni hablar mal de la modernización que se ha escenificado en una gran parte de las oficinas públicas y de servicio, en comparación con tiempos anteriores cuando el macuteo y el buscón eran tendencia en las oficinas del Estado.

Vivimos en una sociedad abierta que entre muchos otros logros, me permiten a mí y a muchos ciudadanos expresar mis ideas y mis opiniones sin temor a convertirme en blanco de persecución.
Sin embargo, la lógica, el sentido común y el orden de prioridades nos obligan a que antes de pretender exhibir grandes logros tecnológicos como una República Digital, se hace necesario tener cubiertas de manera eficiente pilares tan esenciales en una sociedad como la salud y educación.

Una visita a un hospital es suficiente para ser testigo de la miseria y la desesperanza que arropa al dominicano. La falta de camas, las parturientas en los pasillos, los internos con el suero al hombro haciendo turno en una silla a la espera de un espacio mínimamente decente y que anda lejos de la dignidad humana. Las intervenciones quirúrgicas que se resuelven bajo la luz de una vela porque en el hospital se fue la energía eléctrica. Las víctimas de los rebotes del sistema de salud que mueren por culpa de un sistema de salud que se ha convertido en un burdo negocio. El pésimo servicio que se les brinda a los pobres, esos que no tienen ni para la receta en la botica popular, pone en evidencia claramente que el pobre aquí no tiene dolientes. Como si la salud se tratara de un favor o un regalo.

Las calles repletas de enajenados mentales que duermen y que habitan bajo el favor del destino en las avenidas, bajo los puentes, en los parques de toda la ciudad. Los menores de edad que ante la falta de un programa eficiente y de alto alcance que los rescate y los aparte de las calles, se ven obligados a caminar el mundo de mala manera, a delinquir para sobrevivir, prostituirse, dormir en las calles y refugiarse hasta en los arrecifes del malecón.

Los niños matándose a golpes en las escuelas; el sistema pariendo analfabetos que llegan precariamente a la universidad porque les ha tocado repartirse el pan de la enseñanza entre 50 alumnos más que comparten el mismo salón. Intoxicados por un desayuno escolar que ha rendido peores cuentas que beneficios y que cuando no está vencido, no lo reparten porque le deben a los suplidores. Todo esto ocurre mientras los maestros están ocupados exigiendo reivindicaciones y ajustes que por derecho y un asunto de prioridad también les corresponde.

Lo cierto es, que la realidad nos dice que andamos muy lejos de querer ostentar una República Digital. Mientras a la gente no se le suplan de manera eficaz dos necesidades tan básicas y liberadoras como la educación y salud, de poco le sirve una computadora a un muchacho con el estómago vacío, enfermo de desigualdad social, lleno de desesperanza y con la cabeza vacía porque no le alcanza ni educación ni salud. Le cambio su República Digital por una República Dominicana más justa, menos desigual y más humana.