Desde el día de ayer, Domingo de Ramos, 14 de abril, iniciamos la Semana Santa, experiencia religiosa que culmina con la celebración de la Resurrección, acontecimiento excepcional para los cristianos. Esta Semana se considera un período de vivencia intensa en torno a grandes hechos como la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Se supone que, conforme a su nombre, esta Semana se caracteriza por la reflexión, por el ejercicio continuo de la justicia y por una manifestación de las mejores actitudes a favor de las personas con las que nos relacionamos.

Lejos de lo que se podría esperar, la Semana Mayor, como también se titula, se ha convertido en una época difícil para los ciudadanos, para las familias y para las autoridades. La situación resulta contradictoria, pero es así; y esto se evidencia en múltiples situaciones que acontecen en torno a este tiempo del año. Algunas de las acciones más notables implican: previsión e información del COE del personal que tiene seleccionado para que apoyen el orden y la vigilancia en las playas; clasificación e información de las playas que nominalmente quedan clausuradas, puesto que hay ciudadanos que no respetan orientación alguna; y el anuncio del Ministerio de Salud de la preparación de los hospitales, especialmente el área de emergencia para recibir a los accidentados de motores, automóviles y de imprudencias en las playas, a los ebrios, a los heridos en las más variadas riñas, a los que compiten con las aguas del mar y encuentran la muerte por ahogamiento imprudente. Asimismo, es habitual el anuncio del Ministerio de Defensa de la cantidad de militares que pone al servicio de la causa de la Semana Santa para prevenir desmanes en residencias, en zonas de concentración de personas y en las vías públicas. El Ministerio del Interior también elabora sus planes y organiza a cientos de miembros de la Policía para que ofrezcan una custodia más sistemática a los movimientos de la ciudadanía en general. De la misma manera, el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones prepara flotas que garantizan asistencia técnica en las vías por las que transitan los ciudadanos. El 911 también anuncia su plan y despliega más personal y más unidades para ponerlas al servicio de las personas y de las instituciones.

El despliegue de personal, de equipos y de dinero es grande. Este montaje resulta costoso para el Estado dominicano y, sobre todo, para los ciudadanos que asiduamente pagan los impuestos. Resulta más costoso aun para las familias que sufren los efectos de los accidentes, de las muertes o de los heridos en circunstancias difíciles. Estamos hablando de una semana conflictiva en la que los excesos de todo tipo están a la orden del día. Se ha convertido en costumbre estar atentos a las cifras de Semana Santa. Son cifras para preocuparse por estar relacionadas con acontecimientos que revelan el desorden de la Semana y la distancia existente entre lo que ocurre y el nombre que tiene. La realidad que se vive en este período del año no responde al nombre que tiene; este título le queda demasiado grande y habrá que nombrarlo de otra manera. De igual modo, las iglesias que celebran esta Semana han de desarrollar estrategias que contribuyan a que la población viva el período con más serenidad y organización.

Por otro lado, hemos arribado a una Semana Santa plagada de amenazas contra la democracia y contra el ejercicio ético de la función pública. Es una Semana inundada de consignas y estrategias reeleccionistas; y marcada por la vocería de candidatos presidenciales con un liderazgo cuestionado y, por ende, con poca o ninguna consistencia política.

Es necesario llenar de sentido la Semana Santa para que nuestras acciones se correspondan con el nombre de la semana. Para ello podríamos empezar con organizarnos para ejercitar la prudencia; y para aprender a celebrar sin caer en excesos que atenten contra la integridad física, contra el medio ambiente y contra los bienes públicos. Tenemos que profundizar la educación en este período para que en la sociedad dominicana muchas personas recuperen el valor que tiene el uso responsable de la libertad y del derecho al ocio humanizante. Es importante aprovechar las enseñanzas y los aprendizajes que derivan de una Semana Santa vivida conforme al nombre que la distingue. No perdamos tiempo y sigamos el trayecto que ella propone para limitar la inversión fallida de esfuerzos y de recursos por parte de las autoridades para humanizar el período denominado Semana Santa.