A dos semanas del paso del devastador huracán María que azotó a Puerto Rico, luego que Irma rozara con intensidad la región norte con una diferencia de doce días entre uno y otro, la Isla del Encanto atraviesa su peor momento en los últimos noventa años. Con un retroceso material estimado de al menos dos o tres décadas, los hermanos puertorriqueños están sumidos en la deprimente tarea de levantar el país con sus principales industrias, el turismo y la agricultura, en el suelo.

A lo largo de cien millas de longitud y 35 millas de diámetro, por montes, valles y caminos, el lamento borincano se escucha por doquier. Hombres, mujeres, niños, ancianos, pobres, ricos, todos sus habitantes sin excepción han sido afectados en mayor o menor medida por la furia inmisericorde de la naturaleza. Y lo peor es que muchos “famosos” ahora pretenden ganar cámaras con el dolor ajeno, cuando no politizar la tragedia señalando culpables en la hora de la ayuda puntual.

Y es que la magnitud del fenómeno superó todo lo previsible, pese a los esfuerzos preventivos de las agencias federales del Departamento de Defensa, el Homeland Security, la Marina, el Comando Norte, la Policía de Puerto Rico, y el Departamento de Estado, entre otras entidades de seguridad y defensa. Muchos ciudadanos bajaron la guardia al superar Irma, sin imaginar lo que vendría después.

En términos materiales, la infraestructura de Puerto Rico colapsó. El sistema de redes y distribución de energía eléctrica se derrumbó, en parte por obsoleto y por la fuerza del meteoro. Por efecto dominó, las bombas que impulsan el servicio de agua potable no funcionan. Hay mucha sed y no se dispone del preciado líquido, sólo por camiones cisternas. Miles de antenas de comunicación satelital fueron derribadas, lo que dificulta el servicio de telefonía fija e inalámbrica.

Miles de damnificados continúan en los refugios en condiciones deprimentes. La gasolina y el diésel continúan escasos. Y el aparato estatal de respuesta de emergencia no ha sido efectivo ni suficiente para mitigar, con la inmediatez necesaria, las necesidades más perentorias, sobre todo entre aquellos habitantes de la zona montañosa central que comprende los municipios de Adjuntas, Lares, Utuado, Ponce, el Valle del Toa, y Morovis, éste último aislado al caer un puente de enlace vital.

La emergencia que atraviesa Puerto Rico constituye un estado de calamidad indefinida. Los miles de héroes civiles y militares, y la asistencia de países vecinos, son una respuesta mínima a la magnitud de la catástrofe. A ello se suma los ingentes esfuerzos que realizan efectivos de las fuerzas armadas de los Estados Unidos para mantener a flote la logística, los servicios básicos médicos y otros operacionales en un territorio a más de mil-400 millas de distancia de tierra firme, donde todo llega por aire o por mar.

Uno de los episodios más dramáticos lo constituye el esfuerzo de varios comunitarios en un barrio del municipio de Adjuntas, quienes en medio del huracán y armados de machetes, salvaron las vidas de 14 policía a punto de ahogarse cuando se hallaban aislados por las aguas y barridos por los vientos en el techo de un edificio de tres niveles anexo a la Comandancia local.

Allí, con el agua al cuello y amarrados a una soga, los jóvenes –entre ellos una valiente mujer de 31 años– lograron auxiliar a los uniformados, quienes ya se habían despedido de este mundo. Al final, todos se fundieron en un abrazo bautizado con lágrimas de sangre, para confirmar la necesaria fraternidad que debe existir entre los agentes de la ley y los comunitarios.

Otro hecho significativo fue el fallecimiento de tres hermanas mayores refugiadas en una residencia de cemento al pie de una montaña en un pueblo de Utuado. Un derrumbe súbito sepultó a las damas con condiciones de salud graves cuando dormían dentro de la estructura. Y en un episodio digno de una novela de Albert Camus o de Ernesto Sábato, el huracán también se ensañó con los difuntos de un cementerio cercano, al sacar los ataúdes y esparcir los cadáveres en el entorno del poblado.

En conclusión, luego de sufrir los embates de dos huracanes categoría 4, las autoridades de Puerto Rico y la ciudadanía tendrán que tomar decisiones difíciles en términos no sólo de la recuperación económica, sino también de la seguridad en los códigos de construcción, reducción de las áreas vulnerables a fenómenos naturales y cómo proteger más la infraestructura de puentes, carreteras, líneas eléctricas, hoteles, hospitales, sistemas de distribución, con la meta definida de salvar más vidas.

En esta prueba de fuego para el carácter de los boricuas, se rememora la lírica de la emblemática plena que describiera otro episodio triste de la isla cuando en 1928 el huracán San Felipe, categoría 5, azotara la isla, en la voz del alma de Puerto Rico hecha canción, Ruth Fernández, al entonar: Temporal, temporal / allá viene el temporal / qué será de mi Borinquén / allá viene el temporal…