La aventura de Tocar un Cuerpo (2009), en el caso del poeta Adrián Javier, se reconoce en continente de deseo mediante la mirada y el tacto. La poética del cuerpo revela en cualquier caso una resistencia y una tensión que involucra la relación presencia-ausencia, carencia-dependencia. Se trata, además, de un fetichismo elaborado y fijado por lo que pronuncia el significante pleno y el significante vacío. Todo este propósito nos advierte sobre un encapsulamiento y des-encapsulamiento del narcisismo, partiendo de aquella ocultación y desocultación del cuerpo entendido como texto y escritura.
Según Gabriela Goldstein, en su libro La Experiencia Estética. Escritos sobre psicoanálisis y arte (Eds. del Estante Editorial, Buenos Aires, 2005):
“Hace tiempo sabemos que la idea de la “imagen del cuerpo”, está íntimamente ligada al narcisismo y no podemos pensar una sin la otra. Pero, evidentemente, existe un riesgo en suponer que entre esas “relaciones peligrosas”, no se filtra algo desconocido, un equívoco, una brecha” (p. 95).
Más adelante la citada autora puntualiza el orden sobre la imagen del cuerpo como relación e implicación:
“Comencemos por señalar que hablar de la imagen implica saber que se trata de algo relacionado con la apariencia, con algo que puede ser de una u otra manera. Por lo cual, si imagen implica apariencia, al hablar de “imagen del cuerpo”, entendemos que no hay un cuerpo sino imágenes de cuerpos múltiples y diversas”. (Op. cit. p. 98)
Así pues, en el caso de Tocar un cuerpo de Adrián Javier, existe también la apariencia como forma y modo de disfrutar el signo-texto y el signo-sexo, pero además, aquella imago que se elabora como cogito de latencia. Eros versus Tanatos procrean el enigma y puntualizan las consecuencias de una poetización que brota del deseo y la palabra.
El lugar de la experiencia poética se reconoce en el espacio o expansión del lenguaje. Habitar el lugar es propiciar un orden estético donde el cuerpo transgrede distancia y frontera en el mundo de la inmanencia:
“La posibilidad de habitar un lenguaje intermedio compromete a una fusión momentánea, donde un instante dura mil años y los límites de la realidad y la fantasía se funden y se desdibujan. Lugar en que se produce la “función integradora”, que es, a la vez, fuente de placer de dicha experiencia”. (Gabriela Goldstein, op. cit. p. 48-49).
En el lugar, en los lugares de la imaginación, habita el cuerpo y desde allí prorrumpen los gritos del deseo. Se trata de una fluencia, de un devenir de la metáfora tal y como se lee en Tocar un cuerpo (Colección Letras de Molde, Santo Domingo, 2008):
cuerpo del sueño
metáfora de la sumisión
y la derrota
ilusión del espíritu que transmute
su casa de carne
por la secreta herida
de la ciudad sideral
acentos diminutos
que figuran a la noche
como abrevadero celeste
sobre el perfil rebelde
de un escorpión girando
extrañas superficies que hallan sosiego en el fracaso
y murciélagos tristes
encima de la palabra paladar
cuerpo del tiempo
sueño que ve a los ojos
en el bosquejo de las sombras
de sus otros” (p. 13).
Todo el vocabulario poético e incidente en este poemario, se reconoce en los límites y alcances del cuerpo; de ahí los destellos, ángeles, escritura de la pérdida, palabra, mortaja, vacío flameado, herrumbre, vahído, arco urbano, gozos y terremotos, flor de espejo y boca ronda:
“destello de ángel
dormido y absoluto
solo redimido
por la escritura de la pérdida
cuerpo del sueño
la palabra mortaja de la infancia
vacío flameado por herrumbre
bajo el vahído del marco urbano
y el suplicio
ayes de almas desnudas
que braman en gozos y terremotos
flor de espejos
tornado que la boca ronda
(ibíd.)
La extensión metafórica y simbólica del cuerpo crea toda una tropología poética ligada y fijada en el espacio como corporalidad erótica. Sublimación y negación, posición y acento multiplican los campos de un deseo que se oculta y se desoculta para luego volverse rotura, tiempo, tempestad y vuelo:
“ tu cuerpo de viaje
bajo el almendro que piensa
tu cuerpo sobre el río
tu cuerpo hecho de espumas
tu cuerpo en la brisa
alfombra o lila
blandiendo desnudo
el grave decorado de su imagen
volando hacia el azul dolido de su corazón
perdido en la esfera de las palabras
sin estrellas
tu cuerpo en inmersión de pájaros frugales
tu cuerpo vuelto ala o enagua
sueño y agua
nada o mariposa
como alba en el cuerpo de la rosa-estela
al socaire del miedo y las canciones”
(Ibíd.)
Así las cosas, una mitología poética del cuerpo sublimado por el poeta, enuncia no solo sus esguinces, curvas, geometrías, momentos, piel, memoria, espacios, sueño y noche, elementos al acecho, vuelo y multitud, sino también sus movimientos, sinrazones, cercos y temblores en la línea de significación que reproduce los rizomas del cuerpo-texto.
Se trata, pues, de una profusión del sexo-cuerpo y el sexo-triángulo, aguda naturaleza que procrea la amenaza y el sigilo. Pero la vertiente de la rotura y el vacío aseguran por lo mismo, un cosmos donde toda una narrativa poética de corte espectral, singulariza la aquiescencia del cuerpo y de la voz.
En efecto, como experiencia poético-simbólica, el-ser-del-cuerpo y el-ser-del-deseo, se pronuncian como íconos, símbolos e interpretantes en la línea peirceana de una comprensión del mundo de la obra:
“conjura del solsticio la abulia
en la sobriedad del límite y la abulia
tu cuerpo dibujado al infinito
tu cuerpo echado a volar en el paisaje
tu cuerpo nacido de la espera y los sonidos
tu cuerpo bajo el calor de los vencidos
tu cuerpo sobre el filo de lo que nos despierta
tu cuerpo en profusión de anatemas en conserva
tu cuerpo en juventud y ausencia
disfrazado de ángel
como el vellocino de la angustia
hecho de cera y arena
esculpido en el higo y el trino
vestido de fuga
…
en la rotura del vacío
en la memoria de la música
en el espacio del misterio
en el misterio de los ojos
en los ojos de la noche
en la noche grávida del tiempo
en el tiempo ajeno del rocío
(p.35)
El sostén poético en el texto citado, reproduce unas de las especificidades más entronizadas en el erotismo poético de las últimas promociones poéticas dominicanas de finales de siglo XX y de comienzos del siglo XXI. Se trata de la sacralidad y la visión profana del cuerpo como crisis y comarca del eros; resplandor e historia de la especie en un encuentro que reproduce la visión abierta de sexo y orden, sesgo y piel, espera y vuelo, orbe y centro. Lo importante de estas oposiciones no es solamente el fetichismo del cuerpo, sino más bien, lo que sobresale como tejido, como economía pulsional, tal y como diría Lyotard.
La concepción según la cual lo verbal se supone y acoge como subjetividad de la mirada, invita a la proximidad de la boca y la mano, sin desatender el significante de lo que es el signo-cuerpo y la mano-escritura. Todo aquello que no cesa de interpretar y sobre todo de resignificar el entramado y la narratividad propia de lo erótico en su expansión, traduce por antonomasia las posibilidades de la sobresignificación erótica y la fabulación del poeta en un mundo que absorbe, se esconde, se vuelve texto y alienación.