Hace unos días, el Chief Economics Commentator del Financial Times, Martin Wolf, hizo un interesante análisis acerca del impacto de la pandemia del COVID-19 en los próximos años, mirando al 2025, con cinco fuerzas poderosas que determinarán cambios. Este impacto, sin embargo, no es considerado efecto de la pandemia, que ha solamente puesto en evidencia problemas preexistentes.
Es un análisis global, que mira más a Europa y Estados Unidos, pero la proyección de sus previsiones a nivel latinoamericano y de nuestro país merece una discusión.
La primera fuerza es la tecnología. Antes de analizar las consideraciones de Wolf, queremos subrayar que en nuestra realidad es necesario, pero no suficiente, mantener el nivel elevado de ciertos sectores. Una vigorosa política de apoyo a la investigación científica es el presupuesto de cualquier política de desarrollo tecnológico. Esto requiere unir esfuerzos con los otros países de la región para programas de envergadura, con un interfacie con educación y salud, y la necesidad de una fuerte cooperación regional. Esta región tiene varias instituciones, que pueden jugar un papel extraordinario.
Respecto a la tecnología, Wolf destaca la experiencia del trabajo deslocalizado. Aun reconociendo que, en la mayoría de los casos, posiblemente, estas experiencias no sean irreversibles, es un convidado de piedra en el mundo del trabajo, ya que permite utilizar fuerza-trabajo disponible en otros países. El fenómeno no es nuevo, En Europa, muchos call-centers ya estaban en países de salarios más bajos. Para los países de economías intermedias, como muchos latinoamericanos, esto puede representar una oportunidad, pero también presenta riesgos de que esa “inmigración virtual” tenga efectos desestabilizadores en algunos sectores.
La segunda fuerza es la desigualdad. Según Wolf, en los países occidentales este aspecto se entrelaza con el problema de las minorías étnicas y esto puede fortalecer los grupos populistas presentes en ellos. Él duda de la probabilidad de que los problemas de desigualdad se reduzcan en un corto plazo. Esto es todavía más cierto en nuestras latitudes, donde los problemas de desigualdad, que se han reforzado durante este año y requieren acciones concretas, son diferentes: pobreza, y no solamente la absoluta, desigualdades y violencia de género.
La tercera fuerza, endeudamiento, ha sido objeto de muchas discusiones en nuestro país. Ya anteriormente, la deuda mundial, que ha ido creciendo en las últimas décadas era elevada. Ésta, según una proyección de noviembre pasado del Instituto de Finanzas Internacionales, en el transcurso de este año pasará de 320% al 360% del producto mundial, crecimiento nunca ocurrido en tiempo de paz.
Wolf se preocupa que una deuda soberana barata, con intereses nominales y reales “asombrosamente” bajos, pueda tener efectos negativos sobre partes del sector privado, pero no es esto lo que queremos poner en evidencia. Esas condiciones valen para las economías de altos ingresos y no se aplican a la mayoría de los países de América Latina, donde, después de un mes de pandemia, la deuda pública era mayor del 50% que la de después de la recesión de 2008, aunque es cierto que con niveles de endeudamiento desiguales en diferentes países.
Además, en ocho de los doce países con mayor deuda, hubo este año una devaluación de las monedas nacionales, siendo las excepciones los tres países dolarizados y Honduras. En seis países la devaluación fue entre el 5 y el 13%, en Brasil del 25%, y en Argentina se duplicó el cambio oficial, y aumentó del 250% el dólar blue, cuyo cambio, hace un año, estaba muy cercano al oficial.
Estos datos se concretan en valores del EMBI (diferencia porcentual entre el interés de los bonos del país y el de los de EE.UU.) muy elevados para Argentina (13.62), Ecuador (10.57), El Salvador (7.34), y entre el 1.14 de Panamá y el 6.33 de Costa Rica, para los demás países. El EMBI de República Dominicana es 3.42. En comparación con hace un año, el EMBI ha crecido, aunque de manera desigual, en todos, excepto Argentina y Uruguay donde ha bajado, y Ecuador y El Salvador, donde es el mismo. .
Un cuarto efecto, previsto por muchos analistas, es una crisis de la globalización, paradigma de la historia económica de las últimas décadas. La rapidez de los intercambios, su invulnerabilidad a los ciberataques, la eficiencia de las cadenas de abastecimiento, han sido cuestionadas. Han vuelto a adquirir importancia los intercambios regionales, gran oportunidad para una región como la nuestra, con una larga historia de cooperación regional. En la región, varios países están adhiriendo a la Alianza del Pacífico, y esto puede ofrecer oportunidades interregionales.
Sin embargo, el reshoring en otros países puede afectar un sector importante de las economías latinoamericanas, la maquila, y promover la introducción de barreras proteccionistas.
El ultimo problema mencionado por Wolf es la observación de un cambio paradigmático en valores radicados en nuestra cultura. La democracia liberal no es inmune a crisis de esta naturaleza. Un estudio de la Federal Reserve Bank de Nueva York, de hace unos meses ha puesto en evidencia el nexo entre la pandemia de la gripe española y la crisis de la democracia liberal en la Alemania de los años Treinta.
Riesgos de esta naturaleza son presentes en varios países europeos, ni es exenta de ella la democracia norteamericana. Un factor de que dependerá el futuro geopolítico de la región es la evolución de las relaciones entre Estados Unidos y China, y de la política que estas potencias pondrán en marcha en América Latina en los próximos años. En una entrevista a El País, cuyo espíritu tiene algo en común con el del artículo de Wolf, el presidente Abinader ha destacado los lazos entre República Dominicana y la región con Estados Unidos. Será interesante ver cómo el presidente Biden actuará al respecto.
Hay una última área que Wolf no considera en la cual puede haber grandes cambios, la universitaria. ¿Cómo cambiará el sistema de estudios en el exterior, y de las becas que lo sustentan? Es ligado intrínsicamente a los problemas geopolíticos mencionados y esto impone a los países pensar en soluciones regionales.
Wolf, con cierto pesimismo, anota que estos problemas no han sido creados por la pandemia, sino puestos en evidencia por ella, y que algunos de ellos en 2025, seguirán vigentes y tal vez habrán aumentado. Es posible, pero la comprensión de esto quizás favorezca que no sea así.