Todos los que creemos y luchamos por la justicia, la libertad y la paz  hemos contraído una deuda enorme con un joven americano que dejó su trabajo, su carrera y su estilo de vida para denunciar el espionaje masivo, ilegal y peligroso puesto en práctica por la NSA (National Security Agency) del gobierno de los EEUU. La contribución de este joven a la causa mencionada es memorable.

Cuando los europeos –en un acto de piratería criminal- se prestaron a forzar el aterrizaje del avión de Evo Morales, un jefe de estado, por la sospecha de que Snowden iba a bordo, muchos pensamos que aquel acto era solamente arrogancia y prepotencia. No era así. EEUU y los servicios secretos europeos que se prestaron a la infamia sabían lo que nosotros ni sospechábamos. Ellos tenían perfecta cuenta y consciencia de la naturaleza devastadora de las informaciones que tenía Snowden y aquel acto fallido de piratería tenía realmente la intención de impedir que pudiera denunciar lo que sabía.

La escala mundial, masiva del espionaje ha sido develada y la excusa de que todos lo hacen ha quedado corta, desacreditada e inservible.

Varios gobiernos y jefes de estado han quedado evidenciados como canallas, la categoría a la cual pertenece David Cameron de Inglaterra, pero otros se han enojado como el francés Hollande y la alemana Merkel.  A estos, los EEUU han brindado las excusas  y satisfacciones que le negaron explícitamente a Dilma Roussef la presidenta de Brasil. No hay que argumentar sobre el origen y significado de esta discriminación, pero si tomar cuenta del hecho y apuntarlo. Tampoco vale la pena argumentar sobre una publicación de un diplomático americano que justificó el espionaje telefónico a Roussef porque según él, Brasil no es un aliado sino un competidor.

Las violaciones a las leyes de los Estados Unidos han quedado evidenciadas a pesar de la negativa del jefe de la NSA  General Keith Alexander. También se han hecho trizas los argumentos iniciales que daban cuenta de la colaboración de las empresas telefónicas, las intrusiones en las redes sociales y la invasión de la privacidad de dirigentes y ciudadanos, a todas las escalas y sin atenuantes.

Todos los que participaron en este espionaje han sido forzados a hacer desmentidos, a prometer mejor escrutinio, y a negociar nuevos acuerdos y protocolos tanto a nivel de empresas con gobiernos como entre gobiernos. Sin embargo, nada ha podido todavía calmar la indignación ni aplacar los ánimos.

Ha quedado en entredicho la autoridad del presidente de los EEUU y la cadena de mandos de la estructura de inteligencia. Si el Presidente Obama no sabia nada es malo y si sabía y lo aprobó también. No hay manera de quedar bien y la excusa de los extremistas de derecha para defender sus acciones de espionaje diciendo que lo hacen  todos y que los demás solo son hipócritas ha transitado sin pena de la burla al enojo. Un pobre argumento que no se sostiene ni siquiera poniéndolo al lado de una pared para que se recueste. EEUU al intervenir los teléfonos personales y oficiales de al menos 35 jefes de estado se puso a si mismo del otro lado de la legalidad internacional, añadió desprestigio a la nación, restó credibilidad a una presidencia debilitada y minusválida y ha creado situaciones que no se resolverán fácilmente; de hecho, algunas perdurarán y seguirán teniendo consecuencias.

Ahora, mientras tanto, lo mas extraordinario de la contribución de Edward Snowden a la paz, la justicia y la libertad es que ha desenmascarado el poder como nada ni nadie lo había hecho.  Ha podido desmentir todo cuanto se ha afirmado en contrario para refutarlo y la liberación de la información se ha ido haciendo paulatina y oportunamente de manera que, han pasado varios meses y para cada tema Snowden tiene una evidencia y un documento probatorio. Para cada intento de refutarlo, Snowden aporta las pruebas que desmienten al que lo intenta y todo parece indicar que habrá Snowden para rato.

Todos tenemos una gran deuda con ese joven. Y ahora podemos entender mejor porque EEUU hizo todo lo que hizo, desde presionar y amenazar hasta fomentar o tolerar una acto de piratería aérea contra el avión del presidente boliviano en violación de todas las leyes escritas y no escritas del derecho internacional. Como bien dijera el propio Snowden a la prensa alemana: Decir la verdad no puede ser un delito.