Los temas candentes de la República Dominicana están centrados en la organización y en las previsiones del proceso electoral 2020. Por doquier se lee, se escucha y se habla de las próximas elecciones, de los candidatos, de la reelección; y del desencuentro que vive, aparentemente, el partido que está en el gobierno. Mientras esto ocurre, la vida cotidiana de la sociedad dominicana presenta diversidad de hechos y acontecimientos que pasan desapercibidos y que no cuentan con el seguimiento sistemático de las personas, de los medios de comunicación ni de las redes sociales. Uno de los sujetos afectado por la excesiva visualización del contexto político es el profesor en su vida cotidiana. En la sociedad dominicana, la vida diaria de los profesores en los ámbitos urbano, periurbano y rural, cuenta poco o, mejor dicho, no cuenta para nada. Esta situación resulta paradójica, puesto que mientras prima el discurso de la educación integral, hay sujetos de la educación que viven lo contrario. Son considerados piezas claves para la calidad desde un desarrollo profesional y tecnológico óptimo, sin dedicarles un mínimo de atención a las demás dimensiones del profesor como persona.

Importa que los profesores tengan una formación sólida para que garanticen aprendizajes duraderos, para que propicien en los estudiantes la adquisición de competencias efectivas que a su vez produzcan resultados concretos y evaluables. El empeño por una formación profesional y tecnológica es admirable, pero darle centralidad como algo absoluto y como lo único que vale, está generando distorsión en las concepciones de la educación que se promueven en la República Dominicana; y, de la visión que se tiene del ser humano. Este problema provoca, también, la segmentación de los sujetos. Se generaliza la negación del desarrollo integral y, sobre todo, se atenta contra el desarrollo equilibrado de los profesores, al obviar la diversidad de dimensiones que son propias del ser humano. Pensar los profesores solo como si estuvieran estructurados por compartimentos, los aleja de ser personas y los convierte en instrumentos que serán más o menos útiles y valiosos según los criterios y la valoración del mercado educativo y de las políticas neoliberales que estén vigentes. La preocupación por el desarrollo integral de los profesores ha de ser un rasgo relevante de la sociedad dominicana; y, especialmente, de la Asociación Dominicana de Profesores y del Ministerio de Educación y del Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología. Además de los Ministerios, las instituciones educativas que tienen como prioridad la formación de educadores han de revisar sus concepciones y las políticas de formación que promueven e impulsan.

Tener como foco el desarrollo integral de los profesores exige que, unido a la cualificación de su desarrollo profesional y tecnológico, se le preste igual atención a la educación de sus sentimientos y de sus emociones. Asimismo, requiere que encuentre condiciones para la articulación de lo espiritual, lo emocional y la vocación docente. Desde esta perspectiva la espiritualidad de los profesores ha de potenciarse en la comunidad educativa; y ha de generar nuevas actitudes y prácticas en los mismos profesores y en los estudiantes. La espiritualidad que tiene como fundamento el discernimiento constante y el diálogo interior. De la misma manera, el desarrollo integral que se ha de procurar requiere una pedagogía situada. Desde esta pedagogía, los profesores han de constituirse como sujetos y han de ser tratados como tal. Basta de fragmentaciones vinculadas a la persona de los profesores, puesto que desear y buscar la calidad de la educación pasa por el apoyo y el respeto a la formación plena de cada profesor. Esta plenitud presupone una atención integral a todas las dimensiones de su ser como persona. Se ha de articular el ser y la actuación; y para ello la formación del profesor no puede ser parcial, ha de ser integral e integradora