La evaluación es un proceso de suma importancia en la vida de las personas, en la dinámica de las instituciones y en el sistema educativo en general. La relevancia de este proceso radica en que posibilita una mirada reflexivo-valorativa de lo que pensamos, de lo que decimos, de lo que  hacemos, de lo que vivimos y de lo que anhelamos. Es un proceso imprescindible, si queremos articular calidad-cambio-innovación en los contextos personales, en los entornos institucionales y  en el tejido social.  Además, el proceso de evaluación es incuestionable por constituir una oportunidad singular para tomar decisiones informadas y de calidad.

Asimismo, la evaluación es un proceso que supone avances e implica  la superación de actitudes y prácticas fosilizadas. De igual manera, requiere cierto nivel de  libertad y  de  autorreflexión para identificar puntos fuertes, atisbos de cambios y mejoras posibles. Constatamos que es un proceso que fortalece las competencias de los sujetos y sin embargo no siempre tiene la acogida necesaria. Escasas veces la evaluación es deseada;  pocas veces  es solicitada, a menos que  se descubran situaciones incontrolables.

De igual modo, en diversas ocasiones la evaluación es rechazada, es orillada. Cabe preguntarse cuando pasa esto último: ¿Es que desean seguir haciendo más de lo habitual? ¿Es que no le encuentran sentido a la transformación de sus enfoques, de su visión y de su práctica? ¿Es que se sienten bien tomando decisiones precarias e ineficientes? ¿Es que no les importa el desarrollo integral de los sujetos, de sus instituciones y de la sociedad? Se acumulan las preguntas y las respuestas se tornan grises por la dificultad para encontrarle justificación a posturas que pretenden  estacionarse en el tiempo, en la acción y en la  toma de decisiones al margen del contexto y del momento histórico.

Las instituciones del país, particularmente las que se dedican a la formación de educadores, están llamadas a consolidarse; a fortalecer su acervo ético, académico y social. Están urgidas a producir nuevos conocimientos y prácticas distintas que recreen los sentidos y las lógicas en los procesos de formación de formadores. Este tipo de instituciones tiende a caracterizarse por una mística que subraya el desarrollo pleno de las personas con las que trabajan. Se destacan,  además, por un interés sostenido en el desarrollo del país. En esta dirección, son instituciones que le otorgan valor al comportamiento ético individual y colectivo.

En este marco, las instituciones formadoras de maestros se esfuerzan por potenciar la producción intelectual y científica; en ocasiones diversas con fondos del Estado Dominicano, de agencias de cooperación nacionales e internacionales, así como de empresas. Asimismo, tienen un compromiso ineludible con el desarrollo cultural, social y económico de la nación.  Por todo lo expuesto creo que la evaluación del cometido de  las instituciones de formación de educadores es inaplazable. La evaluación les aportará mayores posibilidades de actualización e innovación; les permitirá una comprensión mejor, de los problemas y de las posibilidades de los sujetos con los que trabajan. De la mima forma, las ayudará a desarrollar una gestión más efectiva y emprendedora.

Acoger la evaluación es posibilitar el relanzamiento institucional; es aceptar en verdad,  los puntos fuertes; es identificar los que constituyen las raíces del cambio; es reconocer los que  necesitan mejora significativa. No basta con evaluar al estudiante y al profesorado. Urge evaluar  el servicio de  las instituciones formadoras de educadores y el de las autoridades del sistema educativo dominicano. Tanto las instituciones formadoras como las autoridades educativas necesitan optimizar sus talentos y su creatividad.

En este sentido, la evaluación sistemática y la evaluación estratégica son dispositivos pedagógicos que les permiten a las instituciones formadoras darle un carácter y un horizonte nuevo a su discurso, a su práctica y a su visión de la educación y de la sociedad. Aplazar la evaluación del desempeño de las instituciones formadoras y el desempeño de las autoridades del sistema educativo demora la Revolución Educativa que se pretende  alcanzar con el Pacto Nacional para la Reforma Educativa 2014-2030. Es hora de que esta  evaluación se elimine de la lista de espera en que está desde hace años incontables.