En el artículo anterior (28 de noviembre de 2016), propusimos la evaluación de las instituciones formadoras de educadores y de las autoridades educativas. Hoy compartimos con nuestros lectores otras preocupaciones vinculadas con la evaluación de las instituciones indicadas y con los que lideran el sistema educativo. En primer término cabe destacar que la evaluación es un proceso complejo; y esta complejidad no siempre es comprendida por los evaluados, ni por los evaluadores. Por ello, es necesario que antes de poner en ejecución un programa de evaluación, se organice y planifique el proceso. Lo mejor es desarrollar sesiones en las que los participantes reflexionan e intercambian sobre las concepciones y experiencias que tienen en el campo de la evaluación.
Interesa que todos los actores participen en igualdad de condiciones. Estos espacios se convierten en un cauce de creación de pensamiento; de identificación de intereses comunes y de detección de ambigüedades no resueltas. De igual manera, los espacios habilitados ofrecen la oportunidad de potenciar el desarrollo intelectual de los participantes, así como su sentido de pertenencia a las instituciones evaluadas y al sistema educativo mismo.
La sesión de construcción compartida llena su cometido si los participantes tienen información cualificada sobre el sentido, los propósitos, la metodología y el horizonte del proceso globalmente considerado. Como dice Pedro Poveda, “todos debemos tomar parte en esta obra (…); a todos debe preocupar la acertada solución del problema (…); (…) hay en el campo lugar para todos, puesto para cada uno, y esfera de acción donde moverse”. Los procesos de evaluación fracasan cuando los propósitos solo los tienen claros los que dirigen las instituciones. Y este fracaso se vuelve más problemático cuando no se visualiza transparencia en sus diferentes fases. La nitidez del proceso de evaluación es aconsejable para que la participación sea segura y productiva. Si prima la opacidad, los participantes no comprometerán sus ideas, ni sus experiencias, ni sus esfuerzos, ni mucho menos su tiempo.
Se supone que la evaluación de las instituciones formadoras de educadores y de las autoridades educativas no se improvisa y que forma parte de un proyecto institucional. El proceso de evaluación, además de transparente y participativo, tiene que ser una experiencia transformadora para cada una de las personas involucradas. Las actitudes, los valores, las capacidades, las prácticas tienen que quedar afectadas positivamente por lo que acontece en la experiencia evaluativa. Esta debe convertirse en una mirada reflexiva, crítica y orientada al cambio de la cultura personal, de la cultura institucional y del diálogo con el contexto. Se espera una evaluación sistémica que incida en la totalidad de la persona y en la totalidad de las instituciones.
La evaluación que planteamos es una evaluación profesional, con alto nivel técnico, científico y pedagógico. Por esto, la evaluación de las instituciones formadoras y de las autoridades educativas tiene que ser realizada por una institución, agencia o grupo especializado externo. El proceso de autoevaluación es un componente de una fase específica, pero no se queda ahí. La evaluación va más allá de un trabajo exclusivamente interno. Las instituciones evaluadoras tendrán que escogerse valorando criterios que prioricen el nivel ético, el carácter científico y las claves de una evaluación transformadora. En la selección de la institución evaluadora se debe descartar la búsqueda de ventaja política y la obtención de resultados a la medida, por el poder económico y social que se tenga.
Las agencias evaluadoras de las instituciones formadoras de educadores y de las autoridades educativas tienen que evidenciar conocimiento del campo de la educación y mostrar una calidad técnica, conceptual y metodológica probada. No puede ser cualquier agencia evaluadora. De igual manera, los responsables de contratarlas deberán poseer criterios claros, informaciones amplias y sólidas, así como voluntad firme para cuidar el proceso evaluativo en todas sus fases, de modo, que la corrupción no encuentre espacio ni sujetos que la sostengan. Asimismo, habrá que abstenerse de festinar la contratación de expertos extranjeros o nacionales que ganan sumas cuantiosas mientras los resultados de su trabajo no dejan rastro que exprese mejora del sistema educativo dominicano. Los evaluadores deben tener una apropiación significativa de su tarea y la apertura necesaria para abrirle paso a la evaluación de la evaluación.
En este marco, la opción evaluativa más pertinente es la evaluación formativa, puesto que redimensiona los puntos fuertes de las instituciones formadoras de educadores y de las autoridades evaluadas. De igual modo, ayuda a repensar los aspectos más vulnerables. La evaluación formativa tiene un alcance más integral; y busca las alternativas necesarias para que el proceso cuide con esmero el desarrollo humano de los actores de la institución y de las autoridades educativas. Lejos de esta evaluación, la penalización per se; lejos, también, el uso de técnicas y procedimientos para medir sin más. Su carácter formativo permite que los sujetos de la misma tengan una experiencia de crecimiento cualitativo y una recreación de su visión y de su práctica.
La evaluación de las instituciones formadoras de educadores y de las autoridades educativas debe tener consecuencias. Debe provocar toma de decisiones que afirmen aquello que funciona y reorienten lo que no va por buen camino. Es el tiempo de articular discurso y práctica para que el cambio sea posible. Es el tiempo de liberarse de formas y lógicas que obstaculizan la innovación, el diálogo actualizado y crítico con la sociedad y con el siglo en que vivimos. Las decisiones que surjan de la evaluación formativa contribuirán con el reposicionamiento de las instituciones formadoras de educadores en la sociedad. Contribuirán, también, con el reordenamiento de los criterios y de las razones que se utilizan para la ocupación de puestos directivos en el ámbito educativo.
Consideramos que no hay razones válidas para tenerle pavor a la evaluación. Solicitemos y preparemos con antelación, todo lo que posibilite la cultura de la evaluación en las instituciones formadoras de educadores. Alentemos para que esta cultura de evaluación penetre en las esferas responsables de escoger y designar a las autoridades educativas del país. La evaluación de las instituciones formadoras y de las autoridades educativas dignifica y vitaliza la educación dominicana.