Veo cada vez más entrevistadores queriendo acorralar a sus entrevistados, y lográndolo; tendiéndoles emboscadas y juzgándolos en el aire, como si sus invitados estuvieran en un tribunal de justicia o fueran interrogados en la cabina de una agencia de inteligencia estatal.

Eso no es profesional. Los profesionales del periodismo no hacen eso, y si alguno lo hace, no está actuando como un profesional. Un entrevistador profesional no insulta, jamás.

Un entrevistador profesional no es un fiscal, no es un agente de inteligencia, no es un torturador, no tiende encerronas a sus entrevistados.

Aunque el acoso al entrevistado no es una práctica exclusiva de gente improvisada, esta tendencia emergente va creciendo a medida que más advenedizos incursionan en los medios de comunicación, desarrollando trabajos típicamente periodísticos, para las cuales no tienen educación formal ni educación de hogar.

No defiendo que la entrevista sea un diálogo inocuo o una tertulia entre amigos, como también he visto, porque, profesionalmente, no lo es. La entrevista es una conversación con intención, en la cual muy seguramente no coincidirán las intenciones del entrevistador con las del entrevistado, pero esa diferencia generará una tensión interesante para la audiencia.

En una situación ideal, la entrevista es un diálogo entre dos personas inteligentes en el que el entrevistado busca colocar un mensaje y el entrevistador provocar una noticia.

Con cortesía y respeto a la dignidad del entrevistado, el entrevistador puede preguntar cualquier cosa que sea de interés público, sin censura. Puede incluso insistir, retomar y replantear una misma pregunta cuantas veces le aconseje su buen juicio y su tino profesional.

Con todo el derecho, también, el entrevistado puede decidir qué contestar, qué no contestar y qué eludir. Y es su deber -le recomiendo- prepararse previamente para la entrevista.

Y si después de hacer la tarea, comoquiera lo acorralan, le recomiendo esta salida, para que quede bien y su entrevistador, mal: rompa el cerco y pase la pelota a la cancha contraria: recuérdele su rol profesional, que él o ella no es un fiscal, ni un juez, ni un agente de la KGB; que usted no está arrestado, ni está en un tribunal de justicia y que, incluso en ese caso, tiene el derecho sobre lo que dice y sobre lo que calla.

El autor es consultor en comunicación.

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