“Ya no se ven niños trabajando en las esquinas de las principales avenidas del país. Los niños ahora están donde deben estar, porque el Estado está garantizado educación de calidad” @DaniloMedina #revolucioneducativa #tanda extendida (Tuit de Gustavo Montalvo, el 10/12/2017).

Al leer el tuit que el ministro de la Presidencia emitió el pasado 10 de diciembre sobre la “#revolución educativa”, me quedé un tanto sorprendida. Me pregunté cómo era posible que este importante funcionario estuviese desinformado a tal punto de las realidades del país en que vive. Aunque también me dije, al mismo tiempo, que a lo mejor está tan deformado por la escuela propagandística que impera en Palacio que prefiere desinformar la población antes que asumir una posición de humildad, más cercana a la realidad, lo que lo engrandecería.

Nadie puede negar los esfuerzos de los sucesivos gobiernos de Danilo Medina para mejorar la educación, primero en base a cemento y varillas, luego con la evaluación y formación del magisterio, con el Plan Estratégico 2017/2020. Estas iniciativas deberían   aportar frutos en varios años. Está claro que, gracias a la lucha de la sociedad civil para lograr el 4% para la educación y su posterior vigilancia, estamos inmersos en un proceso que, posiblemente, junto a una decidida lucha contra la pobreza y la corrupción, debería culminar en una educación de calidad.

Antes que divagar, pondría mis oídos a escuchar las quejas de los directores de planteles que no tienen presupuesto para la realización de las actividades de la tarde de la tanda extendida lo que, en muchos casos, ha transformado las escuelas en simples guarderías.

Le rememoraría al ministro que la deserción escolar no ha disminuido a pesar de la oferta alimentaria de la tanda extendida y que la deserción es un fenómeno de los países pobres y corruptos como el nuestro. La estrechez en que se vive en la mayoría de las familias incide poderosamente en el abandono de los estudios ya que muchos niños y niñas deben colaborar al sustento de sus hogares

Invitaría al ministro de la Presidencia a salir, a cualquier hora, como cualquier ciudadano de a pie, y pasar por las esquinas Winston Churchill con Jacinto Mañón, o Kennedy con Lincoln, o por el Malecón para comprobar, en los tapones kilométricos provocados por la mala sincronización de los AMET, que todavía hay pilas de niños pidiendo en las calles.

Le recordaría que más de 300,000 niños, niñas y adolescentes trabajan en el país y que demasiado niños y niñas hacen quehaceres domésticos en su casa y cuidan de hermanos menores en vez de ir a la escuela. El ministro debería también dar unas cuantas vueltas por el Mercado de la Duarte, donde la batata está a 10 pesos y no a 39,50 como en los supermercados, recorrer la Avenida de los Mártires y pasar por la parte atrás, del lado de la Zurza.

Allí, en el medio de un hedor pestilencial, con focos de todas las contaminaciones posibles e imaginables, con basura por todos los lados, tendría la oportunidad de ver   niños trabajando, ayudando a sus padres, vendiendo, cargando y descargando camiones en las calles aledañas.

Los niños también trabajan en talleres de mecánica, ebanistería, herrería, como “buzos”, o recolectando plásticos en calles y cañadas, y en tiendas de repuestos.

No, señor ministro, la “revolución educativa” todavía no ha extendido su manto de beneficios a todos los niños de los sectores urbanos marginados de esta ciudad de Santo Domingo. Le recordaría, por memoria, que el trabajo infantil atenta directamente contra el desarrollo de los niños y niñas, pone en riesgo su salud, su seguridad y su integridad, les priva de su infancia. Y mientras tenemos esos niños, niñas y adolescentes trabajando, el gobierno no se puede vanagloriar ni de una educación de calidad que no existe todavía ni de una revolución educativa aún pendiente.