Los dominicanos nos acostumbramos a escuchar y a leer las informaciones de Organismos Internacionales y del Banco Central de la República Dominicana sobre el desarrollo progresivo de la economía de nuestro país. Los informes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en los últimos años presentan datos que dan cuenta del crecimiento económico de República Dominica. Periódicos de circulación nacional, como el Hoy, sección Economía,  del 4 de agosto del año en curso;  y el Listín Diario, sección Política Fiscal, también del 4 de agosto, informan que la economía dominicana tendrá un crecimiento de 5.3% en el año 2017. La información que ofrece el Listín Diario cita una expresión de la CEPAL: “los esfuerzos de las autoridades por mejorar la eficiencia del gasto y la recaudación se vieron reflejados en el balance fiscal”. Creo que ningún dominicano desea que la economía del país decrezca o colapse. Sostengo que a todos nos interesa el desarrollo sostenible del país, pero no cualquier crecimiento.

En este contexto se podría argumentar que no es justo lamentarse o protestar abiertamente en un país que crece económicamente sin medida y que, además, está calificado como uno de los más eficientes a nivel regional en la lógica del crecimiento. Inclusive,  se podría enarbolar que deberíamos de estar muy agradecidos de los dirigentes del país, por las energías que despliegan para mantener a la República Dominicana entre los primeros países que avanzan económicamente. Además, se podría  plantear como injusto el cuestionamiento a un crecimiento económico interno tan significativo, cuando otros países no llegan al nivel que estamos arribando nosotros los dominicanos en el ámbito económico. Pero hablemos claro. El problema está en que la mayoría empobrecida y hasta la clase media del país no ve el crecimiento económico que se proclama, no lo siente, no lo palpa en su vida cotidiana.  Ahí está el meollo del problema. Ahí  está la distancia entre lo que se publica y lo que se vive realmente.

Estamos en la presencia de una economía pujante, separada de la calidad de vida de la gente. Es una distancia cada vez más extensa y difícil de reducir o eliminar. La dificultad más fuerte  estriba en que esta situación se produce en una sociedad con una educación extremadamente débil; y esto hace que su conciencia tenga un alto porcentaje de ingenuidad que limita o anula su empoderamiento para conquistar, con el estudio y la producción cualificada,  una mayor equidad en la distribución de los bienes y de los  servicios con que cuenta el país. Otras dificultades no menos importantes son la pobreza general de la población dominicana estimada en un 40% y una  mortalidad materna de 90.1%  por cada 100,000 nacidos vivos, según plantea el Ministerio de Salud al analizar la mortalidad materna en el 2016.  A estas variables se  añade una clase política  marcada por la corrupción y la impunidad  que institucionaliza el enriquecimiento ilícito y  el bienestar de un selecto grupo de dirigentes de  partidos políticos. Los tres factores señalados no se producen accidentalmente, forman parte de un plan que antepone la atención a lo que se puede mostrar y contabilizar, antes que al ser humano y a los valores intangibles de los pueblos.

Es bueno precisar que no nos oponemos al crecimiento económico de nuestro país. Lo que anhelamos es más bienestar para la sociedad dominicana; y esto implica un crecimiento inclusivo que derive en una síntesis: desarrollo con equidad. Lo que buscamos es que la calidad de vida de los dominicanos sea coherente con el crecimiento económico de que se habla. Mientras las personas que van a los hospitales públicos tengan que llevar el agua, comprar los materiales auxiliares (algodón, jeringuillas, esparadrapo, etc.), mientras que dos pacientes tengan que acostarse en una misma cama o tengan que pasar largas horas en un pasillo porque no hay camas, ¿de qué crecimiento estamos hablando?

¿De qué economía creciente estamos  hablando cuando los alimentos aumentan de precio sin control, a pesar de los reclamos de la Oficina de Pro consumidor? ¿Pueden decirnos de qué economía próspera se informa, cuando los servicios de transporte, de basura y de agua potable,  todavía  son problemas irresueltos y urgidos de soluciones que garanticen la vida de las personas y de las comunidades? Los interrogantes son inquietantes, porque la vida cotidiana de la gente está marcada por un  crecimiento económico  que acentúa la precariedad de vida de las personas,  más que la  incidencia en su transformación.

En esta dirección es importante plantear que,  para nosotros, el crecimiento económico real y ético tiene necesariamente que afectar de forma  integral y positiva  la vida de la gente. Un crecimiento económico que no se refleja en beneficios tangibles para las personas  en materia de salud y de alimentación se convierte en  ciencia ficción para la población.  Una prosperidad económica imparable, en la que el mayor porcentaje de dominicanos no puede acceder a una vivienda ni a empleos decentes, constituye una ofensa para la sociedad, más que una expresión de bienestar. Un crecimiento económico elevado como el de República Dominicana, en el que la mayoría de los dominicanos  vive los efectos de la inseguridad ciudadana y de salarios que carecen de decencia, se transforma en una experiencia indignante para las personas y para las colectividades.  Aun más, esta realidad se vuelve insostenible para las personas que claman por una jubilación a tiempo y en condiciones dignas.

Estamos ante un crecimiento económico que interpela a los gobernantes y a los gobernados; un crecimiento económico confrontado por la ética propia de la ciencia política y la ética  específica de la ciencia económica. Además, observamos un crecimiento económico que se  mofa de las necesidades de la gente. Este sarcasmo económico,  unido a las 37 personas que han fallecido  este año por leptospirosis  y el elevado índice de mortalidad materna que presenta el país en la región, nos tiene que hacer pensar. Nos tiene que mover a un seguimiento más continuo y riguroso de las políticas públicas de los gobiernos. Se impone la unión de fuerzas y una identificación efectiva con las necesidades del país.