Los educadores, los estrategas nacionales y todas las personas interesadas en el bien común han de hacer un alto en el camino y plantearse la recuperación de la vida ante la muerte; la recuperación de la alegría ante la tristeza existencial y, especialmente, la recuperación del derecho a la paz, ante la convulsión permanente. Los diferentes aspectos que requieren recuperación afectan a muchos países del mundo. Dentro de ese conjunto de naciones, se encuentra la República Dominicana. Esto nos puede servir de consolación, saber que no es un problema exclusivo nuestro. Pero no basta con la consolación, lo que necesitamos es acción para revertir todo aquello que oscurece el potencial y los sueños de una generación que se encuentra abrumada por la confusión y la conculcación progresiva de sus valores y de su esperanza.
La planificación es un proceso valioso que organiza a las personas y a las instituciones. Además, favorece la cualificación de las acciones de los sujetos y de las entidades. Pero cuando la fuerza de la planificación se pone para distraer de los verdaderos problemas nacionales, hemos de tomar posición para darle un giro copernicano a lo que se nos quiere imponer como lógica y cultura. En la República Dominicana, fuerzas partidarias e intereses genuinamente de carácter personal, así como proyectos políticos desgastados, nos están distrayendo. Sí, nos cambian el foco principal de atención, que han de ser los verdaderos problemas que afronta la sociedad. Los problemas reales están aparcados, mientras la mayoría de la población vive la angustia de la sobrevivencia y padece las consecuencias de una distracción planificada a favor de la ambición y de la adicción al poder de políticos, empresarios y ciudadanos revestidos de oportunismo.
En este contexto, participamos de un descontrol del transporte que pasa desapercibido; y se convierte en publicidad con el anuncio de normas y de intercambios con entidades internacionales para mejorar. Pero la distancia entre los anuncios y la realidad generan crisis personales y sociales ante la desprotección de los ciudadanos en este ámbito. La distracción es tan aguda, que la situación de los hospitales públicos no acapara la atención del público y de los medios como la rencilla política del partido oficial. Estamos ante un escenario en el que la planificación de la distracción de lo esencial es tan grande, que la creatividad y el morbo de las redes sociales y de los medios se ha ampliado e intensificado. En esta situación de segundo plano se encuentra el problema de Odebrecht. La mayoría de los dominicanos duda que haya un interés real por controlar la impunidad y la corrupción. El nombre y la acción de la empresa brasileña pasó a la historia aquí, porque la justicia juega con el delito y obtiene máxima puntuación como instancia que le huye a las responsabilidades y a las consecuencias de su propio sistema. Nuestra posición ha de ser no dejarnos envolver por los que les están sacando partido a la distracción. No nos dejemos enajenar por personas y grupos que prefieren la muerte antes que quedarse fuera del poder. No hay condiciones para que sigamos dejándonos distraer en vez de actuar con audacia y lucidez para reorientar el estado de situación. El interés ha de ser una República Dominicana humana y desarrollada. Hemos de fortalecer la articulación de fuerzas y visibilizarla en la sociedad para transformar la distracción planificada. Unámonos a las personas e instituciones que han optado por hacer causa común ante todo lo que pueda mejorar y fortalecer la democracia y la convivencia en la sociedad dominicana.