Me considero una ciudadana medianamente informada, que da un cierto seguimiento a la actualidad dominicana y que intenta -sin lograrlo siempre de manera necesaria- encontrar el porqué de las cosas. Trato de hallar un norte, más o menos cartesiano, a las noticias que nos sirven a diario los medios de comunicación.

Pero a veces me siento vencida, como me sucedió el pasado viernes al leer en Diario Libre que en lo que iba de semana habían ocurrido en nuestro país cinco feminicidios, dos suicidios, un infanticidio y un asesinato a machetazos. Sin embargo, en El Caribe de ese mismo día el ministro de la Presidencia, Gustavo Montalvo, se jactaba de que la criminalidad había bajado y Janet Camilo, ministra de la Mujer, afirmaba que este año se habían producido menos feminicidios. ¿A quién creerles, a las estadísticas o a los ataúdes? ¿Qué pensar?

En la misma semana veo, en directo, la intervención televisiva del Procurador General de la República informándole al país sobre los últimos hallazgos del caso Oderbrecht. Como ciudadana me sentí burlada por los pobres trucos de magia utilizados por el protagonista para sacar de su sombrero un nuevo inculpado del PRM y desaparecer al mismo tiempo 8 de los 14 primeros imputados, en su mayoría del partido de gobierno. ¿A quién creerle?

Me sorprendí, con las reminiscencias de lo que aprendí en la facultad de derecho, de que se pretenda inculpar a una persona con apreciaciones vagas sobre el origen de su fortuna y no sobre la base de pruebas fehacientes que puedan ser presentadas en un tribunal. Quedé también desconcertada por las declaraciones finales del joven procurador, que no venían al caso en una conferencia de prensa de esta índole y que parecían más bien propias de un lanzamiento de campaña electoral. ¿Qué pensar?

Estoy desorientada porque el tema Odebrecht relegó en menos de una hora la ley de partidos, las primarias abiertas o cerradas y los padrones de los partidos, que llenaban cuartillas y más cuartillas de tinta día tras día. ¿Qué significa tan brutal exilio? ¿Llevará esto acaso a la ley de partidos a la muerte y al país a la imposición de la reelección?     

¿Cómo leer entre líneas cuando no pasa un día sin que noticias menos fidedignas tratan de hacernos creer que todo anda bien? Sobre todo, cuando vemos cómo, a nivel de los partidos, sus dirigentes juegan al gato y al ratón, y esto no sólo entre sí sino marcando con sus huellas las canchas ajenas, gracias al “emburujamiento” que se da hoy en nuestra pequeña isla entre enemigos de ayer y amigos de hoy, entre las relaciones políticas y las de negocios, siempre con el pueblo como único rehén.

Al final, el desorden, las patrañas, los acuerdos de aposento, las informaciones desorientadoras, el laissez-faire forman parte del inmenso daño que la dirigencia política y las élites económicas dominicanas le han hecho al país desde el ajusticiamiento de Trujillo. Han conducido el país sin una brújula de valores y conocimientos bien estructurados, y sí con una ambición irrefrenable y de corto plazo.

Son ellos los responsables directos de haber “formateado” una sociedad sin norte y enferma, que encuentra cada vez más en la violencia una falsa salida a sus problemas básicos no resueltos.