Anoche sentí un fuerte golpe espiritual en lo más sensible de mis sentimientos ciudadanos; sentí que ya no tiene sentido declarar voz en cuello que vivo en la pacífica Santo Domingo; sentí que ya da lo mismo vivir aquí que en cualquiera de las capitales de Latinoamérica desde donde cotidianamente nos llegan terribles noticias que nos llenan de miedo…Sentí,  que me han cambiado por otra mi ciudad amada, con soldados de poderosas armas largas y escrutadora y mirada, vigilados en todos sus movimientos, igual que a nosotros, por una feroz delincuencia que, pese a tantos aspavientos, nunca se dará por vencida.