La presencia pública de diversas colectividades políticas en el significativo acto de pasado domingo, constituye un paso de avance del auspicioso proceso unitario que estas transitan para enfrentar la estructura política/corporativa que actualmente controla todas las instituciones del Estado. En tal sentido, el acto no fue fortuito, sino fruto de la maduración de ideas y propuestas para detener el proyecto de poder absoluto que se cierne sobre este país.

Durante casi todo el discurrir del pasado siglo, en esta región la lucha política de los sectores liberales ha sido contra gobiernos dictatoriales. Generalmente, en esa lucha el objetivo estaba claramente establecido: la conquista de los valores inherentes a la democracia: la libertad de expresión, de agrupación, de participación política y social; ponerle fin a la represión y a los crímenes cometidos por personeros de las dictaduras.

En eso coincidía la diversidad de actores que participaban de esas luchas. Por eso, el establecimiento de un nuevo régimen político situaba el tema de libertad en primer plano, independientemente de la persistencia de los elementos básicos del discurso de muchos sectores de la  izquierda de la época, determinando la conciencia del valor de la democracia que hoy prevalece en la región

Los cambios sociales, culturales y hasta las rupturas revolucionarias, parecen ser saltos que se producen en las sociedades. Sin embargo, estos son productos de hechos, a veces imperceptibles, que se producen lentamente en las relaciones de los grupos que desde diversas perspectivas abogan por el cambio. En el caso de nuestro país, la preservación de las conquistadas democráticas logradas a raíz del ajusticiamiento de Trujillo, opera como un reflejo condicionado que mantiene el espíritu de lucha de este pueblo.

La conciencia sobre la peligrosidad de la vocación de poder absoluto que practica y predica el grupo que ha gobernado este país durante la última década, en esencia, ha determinado que diversos sectores políticos, sociales, productivos, culturales e intelectuales hayan iniciado y consolidado un proceso unitario para oponerse y derrotar política e ideológicamente esa obsoleta concepción del poder.

Durante el discurrir de este proceso, con sus gradaciones, se ha interiorizado el criterio de que la única manera de derrotar esa idea de poder es mediante la unión de la diversidad de los sectores opositores. Además, se ha reforzado la idea de que la construcción de un frente, coalición  o convergencia opositora sería para establecer un gobierno basado en los principios básicos de la democracia: libertad, Justicia independiente e igualdad de oportunidades.

En general, en eso hay acuerdo y ahí radica el carácter no fortuito del referido evento, su real significado y lo que determina que este proceso tenga reales perspectivas de consolidarse y potenciarse. Las propuestas de construirlo colectivamente, de analizar y socializar las ideas sobre los momentos más significativos de la vida política nacional, de crear un liderazgo colectivo en todos los espacios y territorios del país, en gran medida, podrían ser la garantía de su continuidad y fortaleza.

Sin embargo, todo dependerá de la sistematicidad con que se lleve a cabo esa novedosa metodología de construcción colectiva de un proceso unitario no solamente basado en acciones prácticas, sino en la discusión de las ideas fuertes que unen una pluralidad de actores políticos. Dependerá de la confianza que se logre crear entre todas las partes que del proceso participan, de la madurez de todos, y de la capacidad de cada uno de controlar la natural tendencia de los grupos a sobrevalorar sus potencialidades y sus propias fuerzas, lo cual constituye el caldo de cultivo del vanguardismo estéril.

No será un proceso lineal, no faltan ni faltarán las reticencias, incomprensiones ni las acostumbradas descalificaciones de parte de quienes se han mantenido completamente fuera de este proceso. Habrán diferencias alrededor de cuestiones importantes, pues sería una ilusión pensar en la unanimidad.

Como nos dice Carlos Altamirano, se nos ha hecho muy difícil admitir  que " el pueblo no es sólo uno, sino que tiene diversidad de corrientes, posiciones, intereses, y aceptar que esa diversidad es legítima, que esa diversidad no es algo que  uno tolera ahora para unificar mañana, sino que es parte de la vida social".

Pero, a pesar de ese aserto, existen claros indicios de que finalmente caminamos en el sentido del presente que vive esta región. Entre otros, el acto del domingo pasado es uno.