En los últimos 50 años la tecnología usada para fabricar teléfonos, radios y televisores, y las formas como la gente se comunica han experimentado cambios espectaculares; pero las formas de alfabetizar un niño o de ensenarle aritmética ha cambiado muy poco. Es más, siguen sin grandes variaciones por siglos.

En los últimos cien años, la tecnología para fabricar un automóvil o un avión ha progresado muchísimo, pero la forma de hacer las calles y carreteras se mantiene sin grandes cambios.

En los últimos dos siglos, el tiempo y esfuerzo necesario para producir los bienes industriales y servicios que usamos y hasta la cantidad de mano de obra y superficie de tierra para cultivar los alimentos que comemos han disminuido dramáticamente; pero la cantidad de hombres (o mujeres) necesarios para limpiar las ciudades, mantener la seguridad pública, velar por el cumplimiento de la ley, para juzgar y castigar las infracciones a las normas de convivencia, siguen siendo los mismos; son cosas que se siguen haciendo, con ligeros cambios, como mil años atrás.

En economía, cuando los cambios tecnológicos propician grandes avances en producir algunos bienes, mientras se mantiene la misma tecnología en otros, con el tiempo tiende ocurrir una de las cosas siguientes:

1) Los agentes participantes en el sector que avanza (los dueños y los trabajadores) tienden a recibir mayores beneficios y enriquecerse y los otros a experimentar un empobrecimiento relativo;

2) La economía crece impulsada por los bienes del primer tipo, cuyo uso se va masificando, mientras las ramas asociadas al segundo grupo se van haciendo más costosas hasta ir gradualmente desapareciendo o quedando como privilegio de algunos grupos, o

3) Si se trata de cosas demasiado importantes hasta el punto que la sociedad no puede darse el lujo de permitir su paulatina desaparición, entonces no le queda más remedio que pagar los altos costos del sector de baja productividad, aunque eso implique transferirles parte de los excedentes generados en aquellos de productividad creciente.

Toca la casualidad que en la producción de los llamados bienes públicos, aquellos cuya provisión no se puede dejar al libre mercado, es donde la sociedad humana ha experimentado menores avances tecnológicos y, por tanto, los que se han  encarecido relativamente. Esta es una de las razones (solo una) del por qué a los distintos países les demanda más recursos ahora mantener funcionando el aparato estatal. Por eso la llamada carga fiscal es en todas partes ahora infinitamente más elevada que cien años atrás.

Ahora bien, aportar más dinero para proveer los bienes públicos es algo que a la gente no le gusta, por las siguientes razones: 1) la gente tiende a ser individualista y valora más satisfacer sus necesidades por vía de bienes privados antes que compartir su ingreso con los demás por vía de bienes públicos; 2) tiene escasa confianza en los que administran el fondo común porque observan una marcada tendencia en los que dirigen el Estado a malgastar el dinero público o apropiarse de una parte para sus fines privados.

Ante este dilema, las distintas sociedades han reaccionado de diferentes maneras. Unas optaron por sacrificar un poco de su tendencia natural al individualismo y aportar más dinero al fondo común en aras de obtener una mayor cohesión social, más bienes públicos (carreteras, educación, salud) y disfrutar de un ambiente de mayor confianza y seguridad; pero al mismo tiempo decidieron poner estrictos controles al comportamiento de aquellos que dirigen el Estado para evitar o reducir al mínimo el riesgo de que se roben o malgasten el dinero de sus impuestos. Por eso en dichos países la carga fiscal es mucho más alta pero las reglas de la transparencia y el respeto a la ley son también más estrictas.

Otras sociedades decidieron dejar tranquilos a los políticos que hagan lo que quieran, al Estado que funcione como se pueda, pero a cambio cualquier medio se vale para no pagarle impuestos. A aquellos que se ubican en puestos de administrar el fondo común, que su único límite sea lo que le dicte su conciencia; a los policías que protejan a quien  quieran; a los jueces que dicten la sentencia que mejor les convenga. Los más ricos siempre encontrarán las formas de imponer su propia ley y encontrar su propia protección. Y si en las calles el ambiente es hostil, se construyen su propio refugio.

Cualquier medio es válido para eludir pagar impuestos y si producir los bienes públicos es costoso, entonces al Estado que provea lo que se pueda: los más privilegiados procurarán su propia educación y salud de calidad, y al que no pueda vivir que se muera.

Este es el pacto fiscal que tenemos los dominicanos. Este fue el que firmamos desde el origen de nuestra nación. A algunos no les gustó y se fueron. Hay otros que tampoco nos gustó y optamos por quedarnos, pero insistir en  un pacto diferente.