Domina desde el cabo más bajo hasta el general más alto. No hay cárcel que lo limite,  no hay fiscal que lo señale sin ninguna duda ni juez que lo condene con todas agravantes. Tiene tal fortuna que compra todo lo comprable y sobra para seguir comprando. Desde su castillo, resguardado por los mejores escoltas, guardaespaldas y sicarios, extiende sus mortales tentáculos hacia donde disponga su voluntad irrecusable. Mata, hiere, mutila, abusa, ofende, y su risa de hiena invade groseramente todos los medios, las calles y los tribunales. Adriano Román, otro hombre-historia, es el mejor protegido del sistema.