El tema de asociar la rehabilitación energética de los edificios al diagnóstico que se realiza con la certificación energética, se sustenta en la necesidad de no sólo determinar las características térmicas y de confort de los edificios, sino que va al punto de intentar dotar al inmueble de condiciones de mejora que permitan una reducción real de las emisiones de Co2 al medioambiente.

Cualquiera que sea el elemento del edificio, siempre será susceptible de mejora, ya sea una parte compositiva del cerramiento o parte de las instalaciones.

Las instalaciones

Para los arquitectos, es relativamente fácil recetar soluciones en materia de instalaciones, pero desde luego esto entra más en el ámbito de las ingenierías.

Refrigerar, ventilar o calentar adecuadamente un espacio u varios espacios es el resultado de sistemas constructivos adecuados con sistemas de instalaciones acordes con la demanda.

En este principio es que se fundamenta la esencia de las medidas de mejora a las que hacemos referencia en los certificados energéticos.

En las herramientas utilizadas para la certificación energética, una instalación de calefacción basada en energía eléctrica tiene, casi por defecto, una calificación G

Estas medidas de mejora asignan una mejor letra de calificación según la combinación que se haga de ellas, es decir –y ponemos un ejemplo- si se recomienda un cambio de carpinterías exteriores (ventanas y puertas), se puede obtener una mejora de una letra en la escala (pasar de F a E en una escala de A hasta G); si a esta misma mejora se le suma un cambio en el tipo de aislamiento ( o mejor dicho una adición de aislamiento), se podría obtener una mejora posible de hasta una D. Si a esta mismo paquete de medidas de mejora se le suma un cambio en las instalaciones el aumento en la calificación podría alcanzar hasta la letra C.

En este proceso de calificación del edificio mediante el certificado, y sus posibles medidas de mejora, el asunto del Co2 es lo que determina dicha calificación.

El tipo de instalación – y más bien el tipo de combustible que se utiliza- es parte central de la historia. Pongamos como ejemplo un sistema de calefacción basado en energía eléctrica: radiadores que se conectan a la red de suministro y con una resistencia – que se calienta- dan calor al espacio donde se ubican. A poco que tenga un radiador eléctrico de éstos, tendrá un consumo medio de unos 1000 vatios; esto traducido en términos de consumo de electricidad repercute directamente en las emisiones que pueda producir la planta generadora de esta energía, la que en muchos casos funcionará con carbón, gasóleo y en el “mejor” de los casos con energía nuclear *.

En las herramientas utilizadas para la certificación energética, una instalación de calefacción basada en energía eléctrica tiene, casi por defecto, una calificación G.

En contraposición –y de manera positiva- una instalación para el mismo espacio del ejemplo anterior, basada en otro tipo de combustible, como el gas natural o la biomasa, puede significar una calificación que iría desde una D hasta incluso una A en el caso de la biomasa.

El tema es extenso y mucho más denso de lo que podamos desarrollar en una serie de cinco artículos, pero lo interesante del caso sería poder dejar el tema sobre la mesa para futuros debates y como información de cultura general.

Dejamos un enlace que pude ser de utilidad para el lector, es sobre el caso español en concreto, pero representa una política energética europea en general:

http://www.minetur.gob.es/ENERGIA/DESARROLLO/EFICIENCIAENERGETICA/CERTIFICACIONENERGETICA/Paginas/certificacion.aspx

*Nota: Es un tema de debate la calificación de limpia o no de la energía nuclear.