La situación de pobreza y exclusión que persiste en América Latina y el Caribe se produce en el marco de una lucha encarnizada de intereses y búsqueda de la hegemonía entre la lógica del sistema neoliberal, la fluctuación de la izquierda latinoamericana y los brotes intempestivos de los grupos de derecha de la región. La ofensiva del neoliberalismo, teniendo la  primacía del mercado como estandarte, constituye un atractivo permanente para los grupos de poder económico y político. El sistema neoliberal se asume como lo sagrado de los sectores que concentran las riquezas y la capacidad de decisiones económicas y políticas en la geografía latinoamericana y caribeña. A su vez, se observa una izquierda débil y desarticulada, que intenta levantarse con nueva fuerza. La izquierda latinoamericana padece crisis de liderazgo y de credibilidad por los desmanes de algunas naciones que forman parte del eje socialista contra la población; y por la distancia existente entre los principios que enarbolan y las prácticas que se constatan. Sin ir muy lejos, observemos la pareja que gobierna a Nicaragua, valoremos el estilo de gobierno de Maduro; analicemos sin pasión la postura asumida por Evo Morales, el cual, por la sed de un cuarto mandato, se ha mostrado incapaz de facilitar y empujar la formación y el empoderamiento de miembros de su partido para asegurar la alternancia en el poder. Un caso excepcional es el comportamiento de la izquierda en Uruguay; ha desarrollado su proceso eleccionario sin menoscabo de los derechos humanos ni de la paz social. Este pequeño país ha aportado el ejemplo de organización y de respeto a los valores democráticos.

El impulso que tiene el sistema neoliberal mantiene al continente en constante erupción. Esta pujanza es signo de desigualdad, de inequidad integral y de disminución progresiva de los cimientos de la democracia. En este contexto, los pueblos del continente irrumpen con protestas resistentes y decididas a recuperar el derecho a la vida y a participar en igualdad de los bienes que pertenecen a todos. Sin pecar de ingenuidad, hemos de admitir que en el mapa geopolítico del continente y del mundo hay naciones potentes especializadas en imponer sus capitales y criterios para subvertir el orden y la cotidianidad de pueblos y personas; como Estados Unidos, Rusia y China. Sin descartar esta premisa, los factores causales reales de la alta temperatura descansan en la concentración de las riquezas por círculos reducidos; la distribución desigual de los bienes y servicios; y, sobre todo, la exclusión planificada y sostenida

La erupción del continente es una necesidad para garantizar el respeto a la dignidad de las personas y de la sociedad. Es un movimiento heterogéneo que genera la participación de jóvenes y adultos; de familias y de la clase media. La población está harta de contemplar cómo gobernantes y aliados forman corporaciones protegidas por la corrupción y la impunidad. Estas corporaciones acumulan poderes que aplastan sin misericordia a la mayoría de la población. Por ello el índice de desigualdad y de pobreza se mantiene inalterable en América Latina y el Caribe. En este sentido Chile, Ecuador, Haití, Venezuela, Guatemala y Nicaragua levantan su voz con firmeza. Esta voz no cesa de invocar la articulación de paz social con justicia; y la interrelación entre discurso democrático y equidad.

La temperatura del continente está alta. Urge bajar el calentamiento continental con la puesta en ejecución de políticas que incluyan a la gente; con programas y proyectos que tengan en cuenta el bienestar colectivo, no el bien particular.  El continente cuenta ya con una masa crítica dispuesta a luchar por la sobrevivencia de la mayoría y por el rescate de las hilachas de democracia que nos quedan. En la República Dominicana, todavía hay que fortalecer el trabajo para contar con la masa crítica que ya emerge en otros países; pero no está lejos de constituirse, por la naturalidad con las que se violentan las leyes, la institucionalidad; y los derechos de las personas y de la sociedad. Tampoco está distante la sincronización de esfuerzos para resistir la cultura de exclusión; y de robo de los bienes públicos para satisfacer la codicia individual y apurar la muerte de todos. La erupción local se está incubando. Para desactivarla, no bastan las palabras; se requieren hechos que transformen las polaridades económicas, políticas y sociales. Urge, también, una postura vigilante ante las amenazas y los recortes que sufren la democracia y la participación social en la realidad dominicana.