“Cuando era niño, mi abuela me contó la fábula de los ciegos y el elefante.
Estaban los tres ciegos ante el elefante. Uno de ellos le palpo el rabo y dijo: -es una cuerda.
Otro ciego acarició una pata del elefante y opinó: -es una columna.
Y el tercer ciego apoyó la mano en el cuerpo y dijo: -es una pared.
Así estamos: ciegos de nosotros, ciegos del mundo.
Desde que nacemos, nos entrenan para no ver más que pedacitos.
La cultura dominante, cultura del desvinculo, rompe la historia pasada como rompe la realidad presente; y prohíbe armar el rompecabezas”. (El elefante, Eduardo Galeano)
Comunicar, dicen los versados en el tema, viene del latín communicāre, que traducido a nuestro medio quiere decir “hacer a otro partícipe de lo que uno tiene, extenderse, propagarse”. A partir de entonces, uno llega a comprender que una de las cualidades básicas de un comunicador, es sentir respeto por si mismo. Esta actitud, le permitirá sentir respeto por el lector, el televidente, el radioescucha o el internauta.
Es muy frecuente, sentir la sensación de náusea con el rosario de incongruencias con muchos programas que trasmiten los medios masivos de comunicación, en los cuales la gente pone una fe ciega. Uno llega a considerarse estúpido o medio burro con las cosas que escucha y lee, y lo peor que una población innumerable, termina contagiada con el virus de la ignorancia y la mediocridad. Quienes comunican, no rebasan lo que piensa el común de la gente. Y tantas veces, los conceptos que manejan y los enfoques que hacen, están por debajo de la media. Su horizonte como comunicadores no sobrepasa el valor de lo que cuesta el pago del patrocinador comercial o del político que lo sustenta. Cuesta creerles, son comerciantes vulgares, mercenarios de la comunicación, están diciendo las palabras como sicarios que otros pagan. Esto a uno le cuesta aceptarlo como una verdad, pero es una verdad demasiado real en la actualidad.
Si un comunicador no se respeta a sí mismo, no le cuesta nada mentir, falsear, darle relevancia a lo irrelevante para sacar provecho personal. Inventa e improvisa frente a una cámara, un micrófono. También improvisa frente a un papel o un computador. Porque la realidad no conocida a fondo, no puede ser abordada con criterio. El análisis de una realidad, que no es más que la descomposición del todo en sus partes, debe ser conocida, observada, juzgada e interpretada, y asumida. El comunicador que no sienta pasión, que no se comunica con lo que expresa, debe dedicarse a otra cosa. Ahora, si quiere ser un payaso, un hazmereír frente a los otros, eso está muy bien pero ese no es el escenario, debe buscar el espacio del circo o el teatro.
Como comunicador uno no debe mentirse así mismo. No debemos andar con disfraz. La gente no puede hacerse una imagen nuestra que sea un divorcio con la realidad que los demás conocen de nosotros. Si hablamos de moral, de ética, debe existir asomo de ética en nuestro medio. Si enfocamos la realidad desde una visión revolucionaria, propugnando cambios de la sociedad, no podemos ser retranca ni procurar los privilegios y una vida sin esfuerzos y un estilo pequeño burgués a costa del sacrificio del pueblo. Porque nuestra intervención en los medios se convertiría en sal que no sala.
Los medios de comunicación, no pueden seguir siendo refugios para rituales vomitivos ni residuos cloacales, menos para aves de carroña. La coherencia, es la mejor aliada, pues “las palabras, aun las de signo adverso, las inventa el ser humano, después, aunque éste quiera, no puede destruirlas porque terminan adquiriendo vida propia. Caminan por sí mismas, por el mundo, entre las cosas. La única alternativa entonces es sentarse y esperar que envejezcan”. (Roberto López Moreno).