El chantaje, en cualquiera de sus formas, induce a la corrupción y resulta más escandaloso y abominable cuanto se recurre a esa práctica en nombre de la fe. Es lo que actualmente hacen algunos sectores de la iglesia católica y protestantes, con sus amenazas a los legisladores para que asuman las posiciones de éstas sobre el tema del aborto insinuando que de lo contrario llamarían a sus feligreses a que no les voten en las próximas elecciones. El legislador que actuare bajo ese chantaje cometerá un acto de corrupción política.
Con su chantaje, esos sectores estarían ejerciendo una violencia contra la conciencia de esos legisladores, que es incompatible a la esencia de toda fe, y no sólo contra éstos, sino contra la ética de quien, creyente o no, votó o que eventualmente podría votar nuevamente por esos legisladores. Se les chantajea para inducirlo a que actúen contrario a lo que piensan, induciéndolos a que vendan sus conciencias y se corrompan, algo inaceptable desde el punto de vista político y de las esencias de las éticas del creyente y no creyente.
Del aserto arriba expresado surgen algunas cuestiones relativas a la fe y a la ética. La fe, nos dice E. Severino, es la "certeza absoluta de cosas no evidentes", es algo que se acepta como reconocimiento de un insalvable límite del conocimiento sobre las cosas. Esa "certeza" no debe imponérsele a quien no la acepte, independientemente de sus razones. En sentido, la fe que se profesa en una institución religiosa, política o en cualquier ámbito de las prácticas del ser humano es sólo vinculante a quienes la han asumido en un acto estrictamente privado.
Imponérsela al otro, a lo largo de historia, ha sido la base de grandes matanzas, de los más abominables crímenes, de torturas, quemas en hogueras y fuente de las intolerancias que producen las más variadas formas de violencia, el terrorismo ultranacionalista, xenofóbico y/o religioso. Imponerla en base al chantaje es la negación a toda ética, es la búsqueda de un fin sin importar medios. Estas formas atávicas de enfrentar las diferencias entre los seres humanos no podrán ser superadas sin el dialogo entre creyentes y no creyentes, entre los diversos credos políticos, religiosos y filosóficos y sin que asumamos seriamente los cambios que las sociedades producen la ciencia y los tiempos.
.Afortunadamente, en el debate sobre el aborto, sobre cuándo y porqué producir la interrupción del embarazo, en sectores protestantes, católicos, laicos y no creyentes han surgido voces que se orientan en esa dirección, en los valores de la tolerancia, del amor al prójimo, del respeto a los derechos individuales y específicamente los de la mujer, que son las bases esenciales de una ética que aproxima y hasta une a creyentes y no creyentes en la búsqueda de un mundo basado en el respeto y solidaridad entre los seres humanos.
Siendo coherente con esos principios éticos que compartimos creyentes y no creyentes, entiendo que las iglesias y sus feligreses tienen todo el derecho en difundir sus puntos de vistas sobre el aborto, de hacer campañas de difusión de esos puntos de vistas, lo que no es éticamente válido es que recurran al chantaje de carácter político contra los contra los legisladores y a la extorsión en el plano de la fe contra sus feligreses.
Sobre el aborto y sobre otros temas fundamentales para nuestro país y el mundo moderno, el alto clero católico dominicano siempre ha estado lejos de los valores del respeto a las diferencias, siempre ha querido dictarle e imponerle sus puntos de vistas al Estado y a la clase política. Raras veces este último sector ha establecido claramente la frontera entre lo que es del César y lo que es de Dios, como en su momento hizo el profesor Juan Bosch, cuando puso en su puesto a los sectores de la caverna política del país encabezado por el alto clero católico.
Es precisamente peso de esa impronta de Bosch en la historia política del país, la ha obligado a que la mayoría de los diputados del PLD acogieran partes esenciales de las observaciones que al CPD hiciera el presidente Medina. En ese sentido, independientemente de sus razones, de hecho, han desoído la nueva intentona de recurso al chantaje para imponer una fe que es sólo de una parte de esta sociedad.
Otros diputados no han hecho lo propio, han prestado oído al chantaje corruptor y se mantienen sumidos en el estercolero de la corrupción.