La cultura política dominicana muestra un atraso que no se corresponde con los avances de las ciencias, ni de las tecnologías de la información y comunicación. No tiene nada que ver con el desarrollo político y social que se observa en otras naciones del mundo en las que le han puesto atención a la educación de sus ciudadanos y, en ese ámbito, a la cultura política. Es más fácil encontrar evidencias de lo que planteamos en Europa, aunque se puede aducir que por lo menos con su antigüedad es justo que actúen bien. Pero observamos procesos electorales en Uruguay, Chile, Panamá, que se producen con poca o ninguna violencia verbal ni física. Estos países no utilizan tantos años previos a las elecciones para promover a personas. Aquí, participamos de todo lo contrario, una campaña preelectoral larga y con violencia verbal en exceso. En diversas ocasiones se llega a la violencia física. En los momentos actuales aparece con cierta intensidad la violencia sicológica y la instrumentalización del empleo que tiene la persona.

Los elementos tóxicos más comunes de la campaña preelectoral en la cultura política de nuestra nación son:

-La compra de voluntades para que las personas voten por un partido político determinado.

-La negociación económica entre legisladores con déficit ético y ciudadano para comprometer su firma y su voto aunque esto viole la constitución.

-Alquiler de personas y de grupos para que asistan a manifestaciones de políticos que tienen su popularidad cuestionada.

-La entrega de sobres con dinero para comprar gasolina y trasladarse a las manifestaciones.

-Inscripción de periodistas en la nómina de oficinas públicas para que desfiguren la realidad de los otros partidos, de los otros dirigentes políticos y de otros periodistas que mantienen una posición crítica ante estas prácticas alienantes.

-Instrumentalización de la gastronomía dominicana para generar modificaciones en las actitudes y en la orientación política, como refleja el caso de las habichuelas con dulce, alimento excepcional para millones de dominicanos.

-La creación de instrumentos económicos simbólicos, por su debilidad monetaria, que atan a millones de familias. Esta situación produce enajenación familiar y social. Su institucionalización provoca un retraso cultural y educativo elevado.

-Manipulación de valores a los que el pueblo se muestra sensible e identificado, como es el de la solidaridad.

-Secuestro del Carnet de Identidad y Electoral de personas con educación débil.

Ante este panorama la Junta Central Electoral se mantiene dándole la vuelta a la rotonda. Se muestra incapaz de ordenar la actuación de los partidos y de sus dirigentes. Se presenta insegura y con poco carácter para regular un proceso que ha de respetar las leyes de la Constitución y de la misma Junta. Por su inconsistencia y otros factores vivimos un ambiente tóxico irresistible.

Está en juego la salud mental y física de los ciudadanos. Está en juego. también, la economía del país. Se requiere la puesta en ejecución de medidas que reordenen el desorden existente. Conviene que se realice un trabajo que posibilite más respeto a lo que la Junta Central Electoral indique, si es que llega a indicarlo. La Junta tiene que hacer valer ese respeto. Hubo que reiterarle el llamado y protestarle para determinar la suspensión de las manifestaciones políticas a destiempo. Los organismos comprometidos con las elecciones y el fortalecimiento de la democracia se han de caracterizar por la consistencia ética y la imparcialidad.

Para eliminar el ambiente tóxico que vivimos nadie puede eludir responsabilidad, pero hay niveles de responsabilidad. Los organismos legítimamente constituidos son los que deben ir delante. No pueden esperar que se les ruegue o se les interpele. Es tiempo de analizar y discutir programas políticos. Los tiempos de andar detrás de una persona sin saber qué propone ni en función de qué tienen que pasar, en la República Dominicana. Los tiempos del vuelve y vuelve también son tóxicos para esta sociedad. Los avances de las ciencias, entre ellas la ciencia política, demandan alternancia, requieren programas políticos y líderes comprometidos con una democracia de calidad y una cultura política a tono con las exigencias del mundo actual. Necesitamos una democracia robusta; y la toxicidad del ambiente preelectoral lo impide.Las instituciones educativas del país han de identificar su cuota de responsabilidad para que vivamos una democracia tan frágil y contrahecha.