Los empresarios y las autoridades turísticas deberán involucrarse y trabajar en equipo, si quieren que se desarrolle el turismo interno y que el país logre  la meta de los diez millones de turistas, a la que se aspira.

La Iglesia Católica y el Ministerio de Turismo deberían aunar esfuerzos para convertir a la Basílica Catedral Nuestra Señora de la Altagracia en un verdadero centro de peregrinación mariana, semejante –aunque guardando las distancias- a los que existen en Francia, España y Portugal. De esa manera se atraería, no solamente a los dominicanos, sino también a una gran parte de los turistas, especialmente a los que visitan la zona Este del país.

Incluso podríamos ofertar una ruta mariana,  que incluyera  la visita a los hermosos y diversos templos coloniales que tenemos en la ciudad capital, en el mismo pueblo de Higuey  y en otras muchas ciudades de nuestra geografía nacional.

Las agencias de viajes organizarían paquetes que incluirían  hoteles para el alojamiento; guías turísticos; visitas a los lugares que dieron origen a esta devoción mariana; tour por el templo  y servicios religiosos; así como también almuerzos en restaurantes con los platos típicos del lugar; compra de dulces y de la artesanía local; etc.

Independientemente del interés que esta idea pueda despertar en empresarios turísticos y  en  las autoridades de Turismo y eclesiásticas, quiero  referirme, en particular,  a una visita que realice el pasado domingo a la citada Basílica –ubicada en Salvaleón de Higüey,  ciudad  capital de la provincia  La  Altagracia  y  principal templo de adoración mariana en el Caribe—  motivada,  entre otras razones, por el interés de conocer el museo que en ese  imponente  templo fuera inaugurado recientemente.

Yo soy una católica  sui géneris  y creo que Dios y la Virgen  no están en un lugar ni en una iglesia ni en una postalita en particular,  pero respeto  las devociones y las creencias de todas las personas y creo que deben ser tratadas con la dignidad que  merecen;  sean estas nacionales o extranjeras.  Pero  si son turistas, tenemos como país una gran responsabilidad en lo referente a su seguridad y en la  garantía de ofrecerles  servicios de calidad.

Y es un lugar que se llena, como el domingo pasado y sin ser 21 de enero, de decenas de autobuses que van allí desde todo el país; a tal nivel que los nueve autobuses de Caribe Tours que viajaron desde la Iglesia Los Heraldos del Evangelio, en La Castellana, quedaron parqueados en las calles laterales del templo porque, adentro, las áreas de aparcamiento  estaban  repletas de autobuses. Lo cual es algo bueno y no malo.

Lamentablemente, la improvisación y el caos allí es el mismo que en todo el país. Y el viaje terminó convirtiéndose en una verdadera  “pela”, digna de ser ofrecida como  penitencia cuaresmal.

Y es una pena porque  fue  excelente e impecable  la organización de los Heraldos del Evangelio; su desfile de entrada al templo y la misa cantada y amenizada por su coro y orquesta juvenil,  asistida por una feligresía ciertamente motivada por su fe cristiana y reconocida devoción mariana.

No hay excusas que  justifiquen tanta improvisación y falta de responsabilidad.

He viajado a famosos lugares de peregrinación religiosa y cristiana en el mundo donde se reúnen, permanentemente, millares de personas y no recuerdo haber visto nada parecido.

En una ciudad turística como Higuey, y sobre todo en las calles circundantes de la Basílica, no se ve ni un solo policía de tránsito o de cualquier otra clase,  para garantizar la seguridad ni para regular el tránsito.

Cabe recordar  que a esos lugares van personas enfermas; de edad avanzada; con impedimentos físicos, en sillas de ruedas; con niños,  y  tienen que enfrentarse a un tránsito caótico, a la delincuencia  y a padecer incomodidades de todo tipo.

De ahí que los visitantes, temerosos de circular por la ciudad, en su mayoría prefieran  comer lo que han traído consigo, dentro del autobús con las puertas aseguradas a  cal y canto; o sentados en las gramitas de los jardines interiores del templo, lo cual no favorece al comercio   local. Lo primero que nos advierten es la inseguridad del lugar. De hecho,  vimos correr a un señor pistola en mano detrás de un ladrón.

Cuando vi el caos que se origina para entrar y salir al mismo tiempo, a paso de tortugas y largas filas, por cualquiera de las puertas de la Basílica, pensé, ¿cuántos de estos “fieles” serán carteristas?.  Y recordé a Focus, la película que vi   la semana pasada donde Will Smith interpreta a Nicky, un consumado maestro de la estafa, que comienza un romance con una novata en el oficio, Jess (Margot Robbie), mientras le enseña los habilidosos y fructíferos trucos del oficio.

De entrada al recinto, no hay paneles de señalización que indiquen, por ejemplo, la ubicación de la cafetería,  el museo, la sacristía, la entrada para pasar por delante de la Virgen,  los baños, la tienda con souvenires y objetos religiosos, o el nombre de las calles circundantes.

Un lugar como este, con tres siglos de una peregrinación que va en ascenso,  debería  garantizar la seguridad y el bienestar de nacionales y turistas con  la organización interna y externa;  tanto del tránsito vehicular como del de   a pie, manteniendo alejados, en la medida de lo posible,  a los atracadores.

Tampoco hay baños suficientes para esa multitud y mucho menos puede garantizarse en los existentes la higiene ni el abasto de papel, agua y jabón;  y las  filas, la peste,  y el embotellamiento  para acceder a ellos, son insufribles. 

Debe haber suficientes servicios sanitarios estratégicamente ubicados. Y bebederos y teléfonos públicos; así como una cafetería bien surtida y bien servida y  hasta una ambulancia permanente,  hasta tanto llegue a Higüey el servicio de emergencias del  911.

¿O es que las autoridades civiles y militares de Higüey  desconocen sus responsabilidades ante tal conglomerado de personas?  ¿Y la alta jerarquía de la iglesia Católica, qué papel juega en esta situación?

No pude conocer el museo por la dificultad de su acceso; no compré  los afamados dulces  higüeyanos y me privé  de visitar la Parroquia San Dionisio, templo que sustituyó a la vieja ermita techada de paja, donde tuvo su primer asiento el culto a Nuestra Señora de la Altagracia. (Lo que sí vi durante todo el camino y en el pueblo mismo, fue una saturación de vallas y publicidad partidaria electorera)

Y me enfermé del estómago– porque dicho sea de paso– Caribe Tour debería  adecentar  los servicios de su flota de autobuses, garantizando que todas las unidades tengan agua en sus baños; que funcionen  los acondicionares  del  aire  y que todas estén provistas de micrófonos.

En fin, si bien es cierto que disfruté la hermosa misa y el viaje de ida y vuelta por la buena compañía que tuve,  no quedé con deseo alguno de volver ni le recomendaría a nadie que visitara la Basílica en las actuales condiciones que he descrito.