Sólo hay dos modelos turísticos: el bueno y el malo. El bueno es el que crea mucho valor y beneficia a los inversionistas, al Estado, a los trabajadores, a las comunidades, a los gobiernos locales y a  los otros actores que intervienen en la cadena de servicios. El malo es el que crea poco valor y  sólo resulta beneficioso para los inversionistas, el Estado y unos pocos.

Si bien es cierto que el sector turismo produce el 25% de las divisas al país, vincula una quinta parte del empleo y aporta casi el 8% al PIB, nos es menos cierto que se basa en la creación de puestos de trabajo mal remunerados, aporta muy poco a las comunidades y a los gobiernos locales de sus áreas de incidencia y sólo genera una redistribución  favorable para los turistas y los empresarios turísticos. Por esto el turismo dominicano tiene al mismo tiempo rostro  bueno y  rostro malo, predominando muchas veces más el segundo que el primero.

La inclusión de la perspectiva ética en el sector turístico, asumida como responsabilidad, compromiso y honestidad de todos los actores que intervienen en el mismo,  surge de la necesidad de impulsar la actividad turística como contribución al más pleno, plural e integral desarrollo de las personas y de la sociedad, así como de sentar las bases de un turismo responsable y sostenible que permite conciliar economía y ecología, medio ambiente y desarrollo, y la apertura a los intercambios internacionales y protección de las identidades sociales y culturales.

La Ética del Turismo tiene también  como propósito el  lograr que las poblaciones y comunidades locales tengan una participación equitativa en los beneficios económicos, sociales y culturales que reporte la actividad turística en cada destino o localidad.

El compromiso con el logro  un “turismo bueno” está expresado en  el Código Ético Mundial para el Turismo,  aprobado en el 1999 por la Asamblea General de la Organización Mundial de Turismo y refrendado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2001. Contiene las ‹‹reglas de juego›› para los gobiernos, los destinos, los hoteles, los tours operadores, los promotores, los agentes de viajes, los empleados y los propios viajeros; al tiempo que constituye un estándar de actuación aceptable que ayuda a establecer y mantener  niveles de calidad y profesionalidad.

Dicho Código hace clara referencia a los valores éticos que deben acompañar la actividad turística: ”Se requiere la comprensión y la promoción de los valores éticos comunes de la humanidad, en un espíritu de tolerancia y respeto de la diversidad de las creencias religiosas, filosóficas y morales, son, a la vez, fundamento y consecuencia de un turismo responsable”.

Destaca asimismo que “las poblaciones y comunidades locales se asociarán a las actividades turísticas y tendrán una participación equitativa en los beneficios económicos, sociales y culturales que reporten especialmente en la creación directa e indirecta de empleo a que den lugar”.

Hace  mandatorio el  que “las políticas turísticas se organización de modo que contribuyan a mejorar el nivel de vida de la población de las regiones visitadas y respondan a sus necesidades, dando prioridad a la contratación de personal local”. Hay que constatar de cerca si esto se cumple aquí.

El espíritu del Código prevé que  tanto las comunidades receptoras como los agentes profesionales deberán aprender a conocer y respetar a los turistas que los visitan y a informarse sobre su forma de vida, sus gustos y sus expectativas.  A su vez, las autoridades públicas deberán asegurar la protección de los turistas y de sus bienes.

El mismo Código consigna que las actividades turísticas deberán respetar la igualdad de hombres y mujeres. De la misma manera, promoverán los derechos humanos y, en particular, los derechos específicos de los grupos más vulnerables, especialmente los niños, las personas mayores, las personas con discapacidades y las minorías nacionales.

Advierte que la explotación de seres humanos, en cualquiera de sus manifestaciones, especialmente la sexual, y en particular cuando afecta a los niños, contraviene los objetivos fundamentales del turismo y constituye una negación de su esencia. Es este sentido, el turismo dominicano debe hacer esfuerzos para procurar que este tipo de conducta  no contamine su imagen.

El Código enfatiza el papel del turismo como factor de desarrollo sustentable. Presenta el requerimiento de  que todos los agentes del desarrollo turístico deben salvaguardar y proteger el medio ambiente y los recursos naturales, proponiéndose un crecimiento económico saneado, constante y sostenible, capaz de satisfacer equitativamente las necesidades y aspiraciones de las presentes y futuras generaciones.

A la luz de lo que manda, exige y recomienda el Código Mundial de ética del Turismo habremos de preguntarnos como país si nuestro turismo es preferentemente bueno o malo. En esta evaluación,  deberán participar diferentes organizaciones y las comunidades mismas independientemente que sean o no usuarias de las instalaciones turísticas.

¿Pasaremos la prueba? Es recomendable que en nuestro país se constituya un Comité Nacional de Ética del Turismo con participación de las autoridades e inversionistas del sector, las comunidades, los gobiernos locales, los empleados y los usuarios para promover, aplicar y evaluar el cumplimiento de las disposiciones del Código Ético Mundial para el Turismo en cada empresa turística u hotelera.

No se trata solamente de “hacer dinero para algunos con el turismo” sacrificando los principios que convierten la actividad en “fea y antiética”,  sino de aprovechar sus beneficios en favor de toda la ciudadanía, y de  exhibir siempre el rostro de “turismo bueno para todos” para ser más competitivos y más honestos y responsables. ¡Ese es nuestro reto como país”.