La sociedad, como todo organismo, sufre los embates de fuertes enfermedades. Son tumores sociales malignos con el potencial de causar estragos si no hay intervención efectiva de parte del Estado y la ciudadanía.

Los tres tumores malignos de la República Dominicana son: la súper-explotación laboral, la corrupción y el bajo nivel educativo. Hay más problemas, claro está, pero estos tres marcan el devenir del país y generan otros problemas.

La súper-explotación laboral crea miseria, promueve la delincuencia, expulsa dominicanos al exterior, y es la razón principal por la cual el Gobierno dominicano ha tenido una política de puerta abierta a la trata humana desde Haití, ignorando por décadas todos los problemas sociales que derivan de la ilegalidad migratoria.

Pero no nos confundamos; los tumores sociales malignos siguen ahí, y los cambios hasta el momento son minúsculos a pesar del 4% del PIB destinado a educación.

Si los salarios fueran mejores, los dominicanos preferirían vivir en su país y el Gobierno hubiese establecido controles estrictos de frontera. ¡Pero no! Más de un 10% de la población dominicana ha emigrado al exterior, y otro tanto ha llegado desde Haití.

La súper-explotación y la pobreza fueron en aumento, generando múltiples problemas de subsistencia y convivencia, y de violación de derechos. Todo eso ha ocurrido en medio de la apariencia de progreso urbanístico con el vasto plan de construcción privado y gubernamental, sobre todo en el Gran Santo Domingo, que sustenta el crecimiento económico.

De vez en cuando se cacarean aumentos salariales, pero los sueldos, incluidos los aumentos, no llegan siquiera a compensar por la inflación. Con salarios bajos no hay posibilidad de buena alimentación, ni buena educación, ni buena vivienda, ni buena salud. El entorno de vida de los pobres se torna fangoso y hostil, y la clase media se estanca o decae.

La súper-explotación laboral va de la mano con el clientelismo y la corrupción. Las escasas oportunidades de movilidad social en el sector privado hacen de la política el vehículo de mejoría económica para muchos, por vías legítimas o ilegítimas. El Presupuesto Nacional sustenta un amplio segmento de la población.

El combate a la corrupción es un eufemismo en este país. El borrón y cuenta nueva es siempre la política oficial para que el sistema siga intacto. Denuncias públicas sin procesos judiciales concluidos conforman el espectáculo, generando cinismo y desencanto en la población, y a veces hasta entretenimiento.

El bajo nivel educativo y la baja calidad de la educación son correlatos de la súper-explotación laboral, el clientelismo y la corrupción.

Una sociedad de bajos salarios sumida en el despojo económico no ofrece los incentivos para que la gente encuentre por vías dignas la forma de mejorar su vida. Muchos niños abandonan la escuela, los maestros cancelan clases irresponsablemente, y los padres se sumergen en el oficio de la subsistencia.

Transformar el sistema educativo no es solo construir escuelas y distribuir alimentos (aunque ambas son necesarias). Es también mejorar la calidad de los programas educativos  y el nivel de vida de los padres y maestros. Si no, ¿qué van a enseñar en las escuelas? ¿Historia sobre el origen y crecimiento de la corrupción? ¿Gramática para justificar el abuso?

La irresponsabilidad gubernamental ante todos estos problemas se ha hecho endémica en el país, y la alta aprobación que ha registrado la gestión de Danilo Medina se debe en gran medida a que ha aumentado un poco la inversión social.

Pero no nos confundamos; los tumores sociales malignos siguen ahí, y los cambios hasta el momento son minúsculos a pesar del 4% del PIB destinado a educación.

Para mejorar significativamente las condiciones de vida hay que reducir la corrupción y la ineficiencia pública. Estos son grandes retos del gobierno y la ciudadanía.

Artículo publicado en el periódico HOY