Desde el 20 de enero de 2017, Donald Trump dirigía los destinos de Estados Unidos sin confrontar problemas políticos, económicos y sociales de envergadura que pusieran a prueba su capacidad como gobernante de la nación más poderosa del mundo, con más de 300 millones de habitantes.
Como buen empresario y excelente administrador en los negocios, tuvo la tranquilidad para implementar como presidente exitosas medidas financieras que impulsaron la economía de la nación, ganándose los mejores aplausos.
Pero el liderazgo político de un gobernante no se debe medir sobre un período de administración sin la oportunidad de enfrentar problemas políticos, sociales o económicos que demuestren su astucia sobre cómo resolver con éxito esos inconvenientes en favor del país que representa.
A partir de los inicios de 2020, a tres años de su mandato, fue cuando llegó la primera prueba de fuego a Trump para intentar frenar la propagación masiva de la pandemia del Covid-19 en EE.UU.
El primer caso confirmado se anunció el 21 de enero de 2020 tras la llegada a Seattle de un hombre de 35 años procedente de Wuhan, China.
Sus primeras medidas como mandatario fueron de restricción de viajeros hacia o desde el país asiático, pero no del Continente Europeo; prevaleciendo luego su estrategia errónea de minimizar el impacto negativo de la enfermedad que se expandió por toda la nación americana provocando la muerte y enfermedad de miles de personas.
A partir de entonces, los celebrados éxitos económicos y políticos de su administración se fueron a lo más bajo que se pueda tener en una medición de simpatías.
Tampoco supo enfrentar como gobernante el desafuero de la violencia, los asaltos y vandalismos callejeros que se produjeron meses después, con destrucción de comercios y propiedades privadas en varios estados de la unión, tras la muerte del afroamericano George Floyd, el 25 de mayo 2020 en Minneapolis, Minnesota.
En medio del azote de la pandemia, Trump permitió que se incrementara la división entre ricos y pobres, y el racismo en la sociedad estadounidense.
Incentivó el irrespeto a los protocolos de salud que se recomendaron a nivel mundial para evitar el contagio del coronavirus, siendo él mismo contagiado tras incurrir en esa violación.
Su falta de liderazgo quedó evidenciada con esos hechos, y se complicaron aún más al entrar de lleno en la lucha por ganar la reelección presidencial.
Aterrado por los continuos fracasos de su administración en su ultimo cuatrienio, evidenciaba que su intransigente ego triunfalista como empresario privado no era compatible con el liderazgo político que requiere una nación sumergida en conflictos tan diversos.
Su estrategia de ganar la reelección presidencial fue también fallida, al intentar continuar dirigiendo los destinos del país con mentiras y medias verdades, más allá del próximo 20 de enero.
Desde el momento en que los resultados electorales del pasado 3 de noviembre le fueron adversos, inició una increíble campaña de denuncias de fraude en el proceso comicial, pero sin presentar pruebas que lo certificaran.
Su irracional e incomprensible comportamiento llevaron al presidente Trump a cometer graves errores políticos, que afectaron seriamente su futuro como líder del Partido Republicano.
Creyéndose dueño de la verdad, alentó a sus más de 50 millones de seguidores a mantenerse vigilantes ante lo que él consideraba un “robo electoral inaceptable”, dando esperanza de encontrar solidaridad en el sistema de justicia norteamericano.
Sin embargo, todas sus demandas de impugnación para desconocer los resultados electorales en varios estados fueron rechazadas en cada una de las cortes judiciales, por falta de pruebas convincentes.
Mientras el Covid-19 aumentaba el número de muertes y contagios a nivel nacional, Trump parecía estar ajeno a este dolor que afecta a los ciudadanos de EE.UU., abrumado por la derrota y que debería abandonar el poder.
Trump, más empresario que político, hizo todo lo que se le antojó con tal de seguir como el inquilino de la Casa Blanca por cuatro años más.
Su última estrategia política fallida, fue la organización de una multitudinaria manifestación cerca del Capitolio, en Washington D, C., previamente planificada, para dar un golpe de efecto a la reunión bicameral que oficializaría a Joe Biden y Kamala Harris como presidente y vicepresidente electos de los EE.UU.
Trump esperaba que Mike Pence, vicepresidente de los Estados Unidos y líder del Senado, tomara las iniciativas de bloquear la confirmación de Biden y Harris como mandatarios electos, desconocer los resultados en los estados donde había perdido y proclamarlo a él vencedor de las elecciones del pasado 6 de noviembre.
Tras los violentos y vergonzosos desórdenes que mancillaron el venerado recinto del Capitolio Federal de EEUU, Trump no tuvo reparos en elogiar a sus conmilitones, aunque luego quiso desautorizarlos.
Ante la gravedad de los hechos, Pence se desligó de los planes maquiavélicos de Trump. Varios senadores republicanos hicieron lo mismo, evidenciando el derrumbe definitivo del liderazgo partidario de Trump, y la perdida de la confianza de la nación y del mundo.
Estas acciones políticas equivocadas de Trump deben tener consecuencias a lo interno de su partido, así como también demandas legales por los daños que se produjeron en la invasión violenta al Congreso de la nación que provocaron 4 muertes, destrucción y varios policías y civiles heridos.