El estado de bienestar social que implantó en Estados Unidos la administración demócrata del presidente Lindon B. Johnson, a partir de 1963 del siglo pasado –tras el asesinato de John F. Kennedy, el 22 de noviembre en Dallas, Texas–, llegó a su final el 8 de noviembre de 2016 con la victoria electoral contundente e inesperada de un recién llegado al circo político, el magnate Donald J. Trump, ahora presidente electo.
Lo cierto es que más que una elección el terremoto electoral ocurrido la semana pasada puede llamarse una revolución ciudadana. El 67 por ciento de los votantes blancos sin educación universitaria y casi un tercio de voto latino, le dieron la razón al candidato republicano ahora presidente electo; y a quien todas las encuestas amañadas, excepto una del diario Los Ángeles Times, le situaban derrotado y lejos de la Casa Blanca. El aspirante republicano ganó los comicios 49 por ciento frente al 39 por ciento de la candidata demócrata.
¿Quiénes le dieron la victoria electoral a Trump? El ex asesor de la Casa Blanca, Richard “Dick” Morris, estratega político de los Clinton durante muchos años, primero de los demócratas y luego de los republicanos,en su libro “Armagedón. Cómo Trump puede derrotar a Hillary”, escrito junto a su esposa Eileen McGann,pronosticó el sismo que se avecinaba. En el best seller de varias semanas en The New York Times, atribuyó la ahora victoria política de Trump a una simple pregunta de la mayoría silenciosa de los Estados Unidos: “Y nosotros, ¿qué?”.
Se trata del ciudadano de raza blanca, clase media baja, sin estudios universitarios y que reside en el llamado cinturón bíblico, de mayoría evangélica y protestante, que pertenecía al mundo industrial pre globalización, y quienes laboraban en fábricas que se mudaron a China, México o Singapur, en busca de salarios y costos bajos.
Esos blancos de remotas zonas rurales constituyen el voto mayoritario que decide elecciones en los Estados Unidos, más que los afroamericanos y los latinos juntos, y cuyo disgusto con el sistema político y las élites los mantuvo alejados por mucho tiempo, y con mucha razón. Según Morris, “millones de ellos pertenecen a una mayoría olvidada y despreciada por la academia, las finanzas, la cultura, la economía y hasta por el propio gobierno.” Entienden que el gobierno se ocupe de los pobres, pero ellos no quieren llegar a eso para que alguien resuelva sus problemas.
Se trata del ciudadano de raza blanca, clase media baja, sin estudios universitarios y que reside en el llamado cinturón bíblico, de mayoría evangélica y protestante, que pertenecía al mundo industrial pre globalización, y quienes laboraban en fábricas que se mudaron a China, México o Singapur, en busca de salarios y costos bajos. Las élites financieras y los que residen en urbes como Chicago, Nueva York o Los Ángeles, los conocen como “el otro país”, o el que se sobrevuela cuando se viaja entre los grandes centros urbanos, ajenos a las necesidades de los de abajo.
Ese estadounidense común, víctima de la globalización y que no fue defendido por la liberal Federación Norteamericana de Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales, AFL-CIO, durante la fiebre del oro de la globalización y que dio su respaldo absoluto a Clinton, no entiende lo que es competir en ese nuevo mundo ni resignarse a ganar lo mismo que un obrero semi esclavo en Vietnam o Malasia. Son los que celebran los derechos y conocimientos a las diferentes minorías –afroamericana, el colectivo LGBT, latinos–, y ahora con justa razón se preguntan: Y nosotros, ¿qué?
Una vez concluida la corrosiva y amarga campaña electoral, durante la cual se destiló puro veneno en base a la descalificación del contrario conservador, ahora se ha generado una resaca de miedo e incertidumbre con tinte apocalíptico infundado entre los que han perdido la memoria de la historia de los Estados Unidos. Esta nación tiene una capacidad manifiesta de superar enormes desafíosy el nuevo inquilino de la Casa Blanca lo sabe y tiene ante sí varias prioridades en su programa de gobierno.
La enorme tarea implica crear mayores índices de empleos y frenar el flujo de la inmigración ilegal hacia los Estados Unidos. Más de un millón de personas llega cada año como trabajadores no diestros que perciben muy bajos ingresos, en violación de las normas vigentes. Ello impide mejorar los salarios a aquellos que residen legalmente en la nación, incluidos millones de latinos sin estudios universitarios. A éstos no se les puede subir el sueldo promedio de unos 700 dólares semanales, por la competencia desleal mientras prosiga esa práctica injusta y la inundación indiscriminada de productos muy baratos y de baja calidad en la nación.
La llegada de Donald Trump y el mandato de su administración en la Casa Blanca implica que en los próximos años millones de personas que se han acostumbrado a la práctica populista demócrata de mantenerlos con programas especiales como SSI, cupones de alimentos, subsidio de vivienda, asistencia de cuidados de salud, el “san Benito de ser madre soltera” y con tres hijos sin padres, ingresos suplementarios, etc., tendrán que meter manos a la obra del trabajo digno y el salario justo, y salir de la nómina del Estado benefactor”. En otras palabras, producir para comer.
La mayoría silenciosa de Estados Unidos no quiere seguir cargando los efectos negativas de las políticas improductivas de las élites de poder económico y político, tanto demócrata como republicana, todo ello pagado por los contribuyentes que trabajan duro. Sus beneficiarios tendrán que justificar sus razones más allá del papeleo burocrático a los que fueron acostumbrados por el Estado de bienestar social, entiéndase “mantengo”, de la gran sociedad que está a punto de quebrar.
Mi amigo Genaro Barriga, del barrio Jurutungo Abajo, del municipio puertorriqueño de Jayuya, así como su compadre Juancito Trucupey, de Washington Heights, Nueva York, tienen sólidas razones para estar preocupados, al recordar la famosa frase popular que describe la llegada de los tiempos difíciles: “Se acabó el pan de piquito… a trabajar se ha dicho.” De lo contrario, sus hijos no tendrán futuro alguno.