Nueva York.- Las relaciones México-Estadounidenses entrarán en su mejor etapa, y reflejarán con claridad lo que la filosofía marxiana llama la ley de la “unidad y lucha de contrarios”.
Nunca antes la historia había juntado a dos personas tan diferentes como el presidente Donald Trump y el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador.
Nunca antes dos hombres con posiciones diametralmente opuestas han coincidido tanto como los presidentes Trump y López Obrador.
En un tema neurálgico de las relaciones bilaterales: Inmigración, Trump y López Obrador tiene exactamente el mismo objetivo. Trump quiere detener la inmigración de los mexicanos y acelerar la deportación de cuantos pueda. López Obrador quiere que sus compatriotas no emigren, y aspira a que quienes emigraron retornen a su país.
Lo único realmente penoso de esta “unidad y lucha de contrarios”, es que ningún acuerdo político puede detener el flujo migratorio natural de la especie humana.
Y López Obrador no tiene el poder de cambiar la distribución de las riquezas que empuja a millones de mexicanos a huir de la violencia económica mexicana. Ni Trump puede cambiar la necesidad de la mano de obra barata mexicana que necesita la agricultura estadounidense.
Trump y López Obrador se llevarán muy bien, porque son como hermanos gemelos, nacieron del mismo colapso de las corrompidas clases políticas méxico-estadounidense. Tan corrompidas están las cúpulas partidarias estadounidenses, Demócratas y Republicanos, como las mexicanas del PRI y el PAN.
Los viejos soretes demócratas y republicanos, del PRI y el PAN deben soltar el control partidario, de lo contrario la juventud los echará, o fundará nuevas organizaciones.
Viniendo de plataformas ideológicas diametralmente opuestas, Trump y López Obrador deben cuidarse mutuamente de la podredumbre partidaria decadente.
Nuestras sociedades avanzan hacia nuevos senderos, no retornaremos al pasado que nunca tuvo futuro, habrá un nuevo mundo.