Antes de partir seguramente echó la mirada hacia la brisa de cuerpo imaginado; hacia las parsimoniosas nubes que cumplen su tránsito sin fin y hacia las aves que permean el silencio meridiano del país más hermoso del mundo. Seguramente repasó las gestas narradas en imágenes sublimes, el andar y desandar de rutas de una patria sin destino preciso… Y entonces Alexis Gómez Rosas recogió su inmensa carga de versos a todo lo vivido, con sus derrotas y celebraciones, y se fue de nosotros triste, muy triste, convencido de que en este país hace tiempo que, aplastada por una cotidianidad brutal, la poesía ha muerto.