Las palabras del procurador estaban previstas, el refajo del expediente ya se mostraba al iniciarse la investigación oficial. En el sometimiento público de la semana pasada, no escuchamos nada que no se esperase, excepto las exclusiones, y el haber podido entender el juego de dilación que se traen con la Cámara de Cuentas. Por eso, a mi entender, fue más contundente, valiente, y original el subterfugio legal que precedió la comparecencia.

El 28 de mayo leí esta noticia: “la procuraduría determinó que ningún presidente de la Republica Dominicana recibió dinero a cambio de asignación de obras estatales, explicando en un documento oficial que cuando el tesorero internacional de Odebretch, Luis Eduardo Da Rocha Soares, al declarar que ese consorcio distribuyó millones a gobernantes de este país, en realidad se refería a funcionarios, legisladores, y otros cargos de la administración pública”, vuelco idiomático que excluía a tres presidentes dominicanos del expediente Odebretch.

La procuraduría decidió que “governante” en portugués es sinónimo de  funcionario, diputado, legislador, o ministro, y  no lo que en Portugal, Brasil, e  Hispanoamérica entendemos: quien gobierna o preside una nación. Una interpretación  al estilo de “donde dije digo, digo Diego”.

Si bien esa acepción, sacada de las chisteras de un mago leguleyo, pudiera parecer traída de los pelos, absurda, no lo es. En tanto en cuanto, en manos del Juez de la Instrucción, cumple los requisitos legales para sacar del expediente a Hipólito Mejía, Leonel Fernández, y a Danilo Medina.  Se apoyaron en una pirueta léxica, propia de "Tres Patines y la Tremenda Corte", para esa maniobra.

Dicha exclusión, al igual que la voltereta interpretativa del idioma portugués, quedaran inscritos en los anales de la historia jurídica, para  asombro y desprecio de futuras generaciones.

Quiero dejarlo ahí, evitándome constricciones coronarias y úlceras gástricas innecesarias. No seguiré el amague con la farsa de  Odebretch. Tratando de relajarme, me dispuse a buscar tríos famosos en libros y en recuerdos.

Pensé en San Juan, San Santiago y San Pedro, pescadores del “lago de Genesaret”, quienes dejaron las redes de pescar transformándose en tres santos apóstoles. De ellos nadie duda. Reconocí en la “Santísima Trinidad“ las virtudes divinas y las bondades heroicas de nuestros trinitarios.

A partir de ahí, se me hizo difícil encontrar tríos que no fuesen de cantantes, músicos, o comediantes. Busqué en los libros. Solamente narraban tríadas de pillos, embaucadores y matarifes. Tampoco pude dar con una sucesión de tres gobernantes (presidentes) en la que al menos uno de los tres estuviese libre de pecado.

Alejandro Dumas inmortalizó “Los tres mosqueteros”, hombres de armas tomar, dispuestos a traspasarle el mondongo a cualquiera que osase ofender al rey.

Una película mejicana de los cincuenta,“Los tres alegres compadres”, divertía  con tres tramposos antisociales y una bandida. No olvidé a “Los tres chiflados”, bufones agresivos, excéntricos, y tontorrones, populares entre 1922 y 1970. Regresaron a las pantallas en el 2012.

En 1985, debutó una comedia del oeste americano, “Tres amigos”, que es para  morirse a carcajadas. En la trama, tres actores del cine mudo son confundidos por unos aldeanos mexicanos con pistoleros. “Los tres que echaron a Pedro en el pozo”, personajes de Cesar Nicolás Penso, hay que tenerlos presentes.

Intrigado al no poder encontrar tríos ejemplares, y a punto de abandonar la búsqueda, di en Google con "Los tres bandidos”, cuento infantil alemán – joya del género – escrito por Tomi Ungerer en 1963. Se trata de asaltantes que robaban diligencias por los caminos de un lejano reino. Acumularon un inmenso tesoro.  Pero algo inaudito sucede: se arrepintieron y decidieron donar su fortuna.

No terminé de leer el cuento. No sé si cumplieron condena, los perdonaron, o fueron excluidos del expediente por orden del Rey.