[Puerto Plata, 23 de mayo de 2014]
La luna quiso sol,
quiso ser lo que no es.
Si yo fuera lo que soy
Fuera camino sin caminante
O caminante sin rumbo, flor
sin pétalo, esperanza sin anhelo
pero sólo soy vacío.
Rebeca Barrera Ruiz
Siin lugar a dudas, la vida es un excelente espejo de lo que apenas creemos cierto. ¿Qué es lo cierto: – la tensión con el movimiento, ir y venir, pisar la tierra, sentir la sepultura al rezar de rodillas?
Entiendo, que nada es más cierto que la emoción en fuga, los cientos y cientos de veces en que nos rendimos ante el límite del tiempo y la apariencia noble de las horas; sabemos reflexivamente o aceptamos que nos desbordamos en las burbujas de la ilusión de la conciencia.
Nos dicen que en la vida fracasamos si somos temerarios. No obstante, siempre permanecemos despiertos al “aviso” que nos indica que vamos de vuelta al reposo; sin embargo, en el camino nos desvestimos de las virtudes, y alimentamos el egoísmo.
Sólo tememos a la inspiración sagrada cuando admitimos el dolor en ese suceder diario que la multitud -desmesuradamente- violenta, aprisiona y satura de lo superficial con su prisa sin detener la mirada en el rostro del viajero que trae algo especial.
… las lágrimas, sólo las lágrimas nos hacen comprender que somos unos transeúntes de la vida a disgusto o a gusto cuando sollozamos o gemimos ante el desconcierto que traen los instantes. De ahí, que no dejamos de ser unos transeúntes intranquilos, sin corazón de ternura o en expectativa por la demencia de los que afirman que todo se extingue después de la muerte; así, encontramos de frente a los transeúntes de la soberbia extraviados en la piedad falsa, cómodos en el ritual de la apariencia.
Nos engañamos tanto al sentirnos a salvo del destino, y de esa evidencia de lo infalible que sospechamos es la ausencia. La ausencia total de todo y del todo, que nos aguarda al cerrarse la esfera, al separarnos del fin y perdernos en el principio. Quizás es esto lo que aprenderemos como concepto del ser: la impasividad “perfecta”, el alma aniquilada por la voluntad de lo más alto del cielo.
Al recordar el ayer, vuelvo a repetirme que somos unos transeúntes embriagados por la vida, obstinados en capturar a la eternidad, revoloteando sobre los ríos donde los árboles dejan caer sus hojas, y ellas se tornan al navegar a través del viento y el movimiento que trae consigo la corriente del agua fluyente, estremecida, ondulante… emisarias de las quimeras que padecemos cuando la tristeza es serena, y borda con los encajes de la luz en la mañana una flor blanca, que es la identidad afectiva de la existencia en nosotros sólo como un pensar. Así, desde que se hace continuo el pensar, sé que soy solo una transeúnte de la vida.