Escribo y me traduzco y después comparto.
Al parecer estamos todos bien, el poeta
traslada sus propios versos y el lector recibe
el fruto, y no importa como este agricultor
o jardinero lo cultivo, si su metáfora refleja
una mezcla de semillas, su estado híbrido
que salvará el humano de la nube de sus emisiones,
o si es así de simple el verso tiene música,
hace que el lector derrame unas lágrimas y libere
su conciencia, en particular, su empatía con algún
pueblo atropellado, violado, que puede ser lo suyo.
¿Qué hace el lector con lo que digiere? Pregúntele
a él. El poeta ha hecho su labor y lo hizo a solas.
¿Hay algo imperfecto en esta historia? ¿Algo que falta?
Tú, mi vida, no estás para inspirar el verso ni para
recibirlo. El poeta maneja recuerdos como si la vida
que le ha experimentado le da permiso a escribir
a todos y a todas, de asumir el papel de representante
de la familia ante la historia y el futuro donde un día
va desaparecer pero no el poema, la estafeta tomada
ya desde hace años por un niño llegando a ser hombre
o mujer, de hacer su propio poema.