En la actual poesía hispanoamericana, la poesía chilena es una de las más radicalmente curiosas e importantes. En cierto modo, evoca muchas otras tradiciones, pero sin quedarse en la mera prolongación de un epifenómeno.
Más aún: es una poesía que ha producido a poetas como Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro, Enrique Lihn, Braulio Arenas, Humberto Díaz Casanueva, Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, entre otros. Desde la escritura inicial de Gabriela Mistral, entre 1909 y 1912, en Chile se ha venido prolongando una fértil tradición poética.
Chile es un país que, en el desarrollo de su poesía, ha tenido desde hace mucho tiempo una agudización germinativa increíble. La poesía chilena es impetuosa y volcánica, pero también introspectiva y reservada, vuelta hacia dentro con un cierto sentido de insularidad. Absolutamente dionisíaca, exuberante, dramática, como la ha descrito Pablo de Rokha, en unos u otros aspectos, estas características podrían valer, para la mayoría de los artistas sudamericanos. Fue, precisamente, De Rokha quien empezó a golpear la poesía con una intención.
que era, desde luego, ajena a Huidobro. Nombrar fue una necesidad inmediata para él. El hombre de contenido anímico, en su caso un contenido pasional tremebundo, convirtióse para De Rokha en el lugar del crimen poético. De Rokha entró en la poesía chilena como han entrado los nuevos valores, Enrique Lihn, Juan Luis Martínez, Jorge Teiller, Manuel Silva Acevedo, Claudio Bertoni,
Raúl Zurita, Osear Hahn, Gonzalo Millán, Diego Maquieira, Leonel Lienlaf, Santiago Elordi, Jorge Valenzuela, Cecilia Vicuña, Pedro Lemebel y otros, rompiendo los cánones retóricos establecidos.
La poesía de De Rokha representa el primer ataque surrealista a la poesía chilena y para ello usó un lenguaje que, de golpe, dio realidad a la actitud antipoética e hipertextual de los vanguardistas. De Rokha diría más tarde que él escribió "como roto, como medio pelo". En verdad, quería decir que destruyó la retórica de la poesía chilena con la única arma valedera: el idioma. De Rokha junto a Huidobro dejó inscripciones que representan hoy una ruptura. De Rokha y Huidobro desnudaron a la poesía de todo artificio, excepto uno: la grandilocuencia. Para llegar a sus inscripciones es preciso cortar explicaciones, exclamaciones, repeticiones, oratoria. Lo que queda es asombroso: degollado el mito de una poesía "bella", liberado el lenguaje, reconocido el poder del idioma popular y la facultad adivinativa, no analítica del habla conversacional, aceptado el valor híbrido del vocablo escatológico, su humor visceral en el caso de De Rokha, como un eco surrealista, socialmente primitivo y vegetal en el caso de Neruda; en Huidobro también aparece condensando una crítica a la realidad, desde un lenguaje existencial, desgarrado y simbólico. No sólo contra el lenguaje, sino también, contra la poesía y aún contra su propia poesía. Así, su inicial concepción del poema como objeto verbal autónomo, resulta insuficiente: el poema debe encarnar o ser la realidad misma. Lo que al comienzo Huidobro negaba, ahora pasa a ser lo central de su empresa, que dará pie al nacimiento de una nueva tradición.
Es quizás esta aventura la que en lo sucesivo marcará la voluntad de ruptura y cambio de toda la poesía posterior. Ese textualismo impersonal de una objetividad crítica ilusoria, donde el factor humano desaparece de la palabra o permanece como simple incógnita sin límites … Entre esta oposición, por un lado casi clásica, y en la creación de la imagen casi ex nihilo, casi de la nada, radica la especificidad física de esta poesía.
La poesía chilena a diferencia de otras tradiciones literarias, como dice Marcelo Rioseco (1995), se ha construido a partir de la ausencia y no de la abundancia de poetas, tendencias, escuelas, casos excepcionales o generaciones, elementos propios de las grandes tradiciones literarias