Siempre volvía a ti como al origen de las cosas, Toni, sin explicaciones, ni excusas por las repetidas veces en que solíamos pausar el tiempo para que nunca hubiese un antes, ni un después. Bien sabíamos los dos que solamente cuenta el ahora, este estricto y regalado momento, preciosamente único.
Tuve una vez 14 años, cuando te conocí, y ya eras un alma errante. Todo era virginal entonces, más que nada, tus aprestos a devorar esa urbanidad furibunda que se alimentaba de tus recuerdos en las noches tranquilas de Tamboril. Yo, en Casa de Teatro, tu, en tu nicho debajo de la escalera, en el edificio que sería tu coraza, como el maguey, al lado de la barra Dumbo. Allí aguardaban el lápiz de carbón y los pasteles unos dedos que exploraban prematuros trazos; experimentos en ciernes de ese anticipo de llamarada que sería más temprano que tarde un estilo, un camino, una voz estridententemente critica a la que solías acompañar con el profundo silencio de tus ojos.
Toni, que mucho me duele este hueco que se ha abierto en el tiempo. No sé cómo decirte que te has ido, que al fin y al cabo si eras mortal. Que tu risa única, esa risa que crecía desde dentro y se abortaba en tus dientes, tendré ahora que buscarla en las imágenes que se agolpan en mi memoria. Esa risa nerviosa coronaba nuestras visitas traviesamente nocturnas al cementerio Independencia, las caminatas en el Conde que terminaban en la Cafetera, o en el parque Enriquillo, o camino a los imperiales, la promesa incumplida de volver a Rancho Arriba una vez más; esa risita callada reverberaba como un eco en los mutilados peldaños de la escalinata que se desvanecía en el rio Ozama, en el callejón adoquinado de Las Damas.
Entonces hablábamos de ideologías, de Siete Días con el Pueblo, de la revolución triunfante en Nicaragua, con la misma euforia conque nombrábamos amantes, reales o imaginarios. Eras mi escucha y yo tu confesora. Eran conversaciones sin fin, que solidificaban la amistad más incondicional y autentica que marcó mi adolescencia y el inevitable tránsito a la adultez. “Ay Lilin, conocí a un tipo tan chulo” …”; “Ay Tonin, tengo una nueva pasión que me tiene rota el alma.” Ahora si tengo el alma toda rota. Incrédula y desolada, Ahora como nunca siento mi vieja persona.
Por los últimos cinco años no supe de ti, no pude encontrarte en las redes, ni en Facebook, ni en ninguno de esos lugares virtuales por los que corren febrilmente los afectos postmodernos. Entonces creció mi urgencia de ti, de reencontrarte para decirte lo mucho que te he extrañado todos estos años.
En mi última visita a Dominicana asumí la misión de buscarte, y volví a tu viejo palomar, que siempre imaginé seria tu espacio infinito. Pregunté a los billeteros de la esquina, frente al cementerio, alguien dijo que cuando te desalojaron por los de Dumbo te fuiste a vivir por detrás de la avenida Mella. Esa tarde anduve calle arriba y calle abajo, buscando alguna señal, algo que me alertara sobre tu presencia. Caminé por horas, y allí lo vi, un palomar derruido, una escultura decadente que se me antojaba un territorio por explorar; no tuve dudas de que te había encontrado. Toque a tu puerta y allí estabas, Tonin, no podíamos creernos, entre abrazos, besos y nostalgias, allí estabas, con tu asombro de niño, con la incredulidad compartida, nuevamente habíamos puesto a correr nuestro tiempo. Tú, en esa soledad infinita, en ese inacabado espacio que rescataste o por el que fuiste rescatado, allí pasamos horas poniéndonos al día. Recorrimos tu nuevo espacio; allí descansaban inertes los restos de tus obras que aún me eran tan familiares, habías recreado un pequeño museo de memorias y nostalgias, en tu jardín anacrónico en la semi-ruina a la que poco a poco tratabas de dar vida.
Me contabas de tu especie de auto-exilio, te explicaba de mis intentos de localizarte. Me aclaraste que no estabas en las redes sociales, ni en el plano virtual; que te habías hecho asiduo de un canal informativo que se había convertido en tu ventana al mundo. La voz de Pablo presagiaba “Yo pisare las calles nuevamente…,” miembros hablamos de tu familia, de cada uno tus hermanos y hermanas, tus sobrinos, de mis hijas, del trauma del desalojo, de los amigos y amigas que se solidarizaron contigo, del cine Lido y sus personajes, renacimos de nuevo Tonin, revisitando el pasado atemporal. Extendiste tu mano para alcanzar una vara de cristal llena de estrellitas relucientes, “Te acuerdas de esto Lilin?, me lo trajiste de un viaje que hiciste hace 30 años, y yo logré rescatarlo del desalojo; siempre lo tengo frente a mí, en estos años lo he mirado y me he preguntado donde estas.” Yo no supe que decirte, excepto que yo también tengo mis amuletos que mantienen tu presencia viva, por los siglos, de los siglos..