Quien no haya sentido rebeldía alguna vez no ha tenido el calor de la libertad en su conciencia. Quien no haya sentido rebeldía alguna vez mira la vida desde lejos, porque la rebeldía es la constante búsqueda del lugar que le pertenece al hombre sobre la tierra.
La rebeldía es conquista. Es la aceptación del Sísifo que llevamos dentro que nos permite aceptar, más allá de la angustia, la obligación de “subir muchas veces la piedra cuesta arriba” y que nos dice: “levántate y piensa”.
La rebeldía es clamor humano de los que deciden aceptar el reto de sublevarse contra la resignación. Ser rebelde es ser humano. Es ser pensante, es ser sintiente. Es búsqueda de sentido a la vida que obliga a buscar la frontera entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto.
Todos somos rebeldes. Menos aquellos que no merecen serlo porque les falta lucidez, coraje, valentía y horizontes.
Todos somos rebeldes. Menos aquellos distraídos que llegaron tarde al reparto de la vergüenza, la decencia y el decoro y se conformaron con formar comparsas de faunos sumisos.
Todos somos rebeldes. Menos Aquellos que no caben en la larga Lista de hombres y mujeres – los nuestros y los de todo el mundo– que utilizaron y utilizan la conciencia del dolor para construir libertad.
Todos somos rebeldes. Menos aquellos que hipotecaron su rebeldía, la vendieron barata o la “truequearon” por privilegios inmerecidos en el mercado de pulgas de las conciencias enanizadas.
Todos somos rebeldes. Menos Lo que no pueden mezclarse con los prójimos para gritar sus rebeldías solidarias.
Todos somos rebeldes. Menos aquellos que se asustan con las sombras del bien y la justicia. Los que no pueden ver las alturas sino con las limitaciones de los ojos de la rana.
Todos somos rebeldes. Menos los que no saben cómo pasar el tiempo que le fue concedido sobre la tierra. Como lo expresa Beltolt Brecht: “Llegue a las ciudades en tiempos del desorden / cuando el hambre reinaba. / Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía / y me rebele con ellos / Así pasé el tiempo / que me fue concedido en la tierra”.
Un hombre rebelde –nos dirá Albert Camus– “es el que dice no. Pero no sólo niega, desafía…La rebeldía va acompañada de la sensación de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón. Demuestra, con obstinación, que hay en él algo que vale pena y exige vigilancia”. Es semejante a decir aquí: ¡no acepto toda la podredumbre de las corrupciones nacionales ni las que nos trajeron en nombre del cinismo!
La rebeldía reclama en voz alta. El reclamo de libertad envuelto en todo acto de rebeldía se extiende a algo que sobrepasa al individuo en la medida que lo saca de su soledad y le proporciona la pasión de una razón para obrar junto a los otros más allá de los miedos, las amenazas y las cobardías.
El hombre rebelde es el hombre situado antes o después de lo sagrado y dedicado a reivindicar un orden social en donde todos los derechos avasallados nos duelan a todos por igual ¿No es esto, acaso, lo que está haciendo el Movimiento Verde del país, demonizado por exorcistas oficialista y privados temerosos de la verdad –de la que Juan dijera– “que hace libres a los hombres”?
Lo noble no es la rebeldía en sí misma, sino lo que ella exige. La de aquí, exige, porque lo es, ser cimiente de la democracia, del “ágora”, de la deliberación, de la justicia, de la decencia, de la moral. De esa moral que dijera Saint–Just “es más fuerte que los tiranos”.
El rebelde no humilla pero tampoco acepta ser humillado. Y si creciera la humillación, entonces crecería la rebeldía como expresión de una indignación colectiva cuerda y decorosa.
El hombre rebelde no es solamente el que emprende “la lucha del esclavo contra el amo”, sino también un hombre que lucha contra el mundo del amo y del esclavo. La rebeldía está “aquí y ahora” entre los dominicanos porque aquí no hay amos ni tampoco hay esclavos.
Como se dice en el Hombre Rebelde de Camus, “lo que resuena para nosotros en los confines de este largo peregrinar de nuestras rebeldías no son fórmulas de optimismo, que tenemos que fabricar en lo más extremado de nuestra desdicha –como pueblo– , sino palabras de coraje y de inteligencia, que, cerca del mar, son también virtud”.
Hasta que en el país “los unos y los otros” no dejen de esconder y patear la verdad y de validar corrupciones, la rebeldía continuara su peregrinaje, “una rebeldía que se vuelve sagrada en nombre de la mesura y de la vida”. Habrá rebeldía, hasta tanto no podamos decir: la justicia vive. ¡Porque la rebeldía es encuentro de conciencias libres y justas, TODOS SOMOS REBELDES!