Nueva York.-Al Gore, hijo del senador de Tennessee Albert Gore, fue criado para ser presidente. Pero un nadie llamado Bill Clinton, criado sobreviviendo a un padrastro alcohólico y abusivo se convierte en presidente, Gore fue su vicepresidente. Clinton avergonzó al presidente George H. W. Bush, que perdió su intento reeleccionista.
El viejo Bush decidió preparar su hijo Jeb, para tomar venganza, la presidencia y reivindicar la dinastía familiar. Un día Bush convocó a Karl Rove, un prestigioso estratega político republicano, para que observara a Jeb, su prospecto.
Rove llegó, lo recibió el paria, borrachón de la familia, George W. Bush, lo saludó y condujo hasta el viejo. Rove observó a Jeb con un desinterés cortés, porque tenía fijada la imagen de George W en la mente.
“Este no es”, le dice Rove al viejo Bush, “es el otro, aquel es el que tiene la chispa, el carisma, aquel es su mejor opción”,
En el 2.000 se enfrentan Gore, criado para ser presidente y W, descartado para presidente, con ridículo final. Gore ganó el voto popular, Bush la presidencia.
Los Clinton, muy seguros del voto negro, un día presentaron a Barack Obama, como una “promesa negra” del partido; el resto es historia conocida.
Hoy Jeb Bush esta seguro del voto latino, su esposa es latina, el senador cubanoamericano Marco Rubio es su pupilo, parte de sus “promesas latinas”. Ahora Rubio surge como su principal rival. Ayer un negro que los Clinton promovieron destronó a Hillary, hoy un latino que Jeb promovió, amenaza con destronarlo.
Rubio, como Obama, articula posiciones derechistas como si fueran progresistas y resulta simpático, mientras todavía nadie sabe cuál es más aburrido, si Al Gore o Jeb Bush.
Todo esto pasó antes, y pasará después, pero aún nos fascina, esa es la magia de la política.